Visión Interna
Mi primera visión interna tuvo lugar una mañana en que, tendida en la cama, observaba la interesante estructura muscular y ósea de la nuca de mi marido, dormido de costado junto a mí. Pensé lo curiosa que resultaba la forma en que se conectaban los músculos con las vértebras cervicales. De pronto me di cuenta de lo que estaba haciendo y desterré la visión de inmediato. No «volví» a ese nivel de realidad durante algún tiempo; me decía a mí misma que había acabado con ella. Pero, naturalmente, volvió en su momento y empecé a «ver» en el interior de mis clientes. Al principio me resultaba desconcertante, pero como mi visión interna persistía decidí hacerlo yo también. La visión interna se correspondía con otros informes que podía obtener sobre el paciente, fuera a través de él mismo o de su médico.
La visión interna es la versión humana de los rayos X o del proceso de resonancia magnética nuclear (RMN), y es tan compleja como éstos. Incluye la capacidad de observar el interior del cuerpo a cualquier profundidad y resolución (hasta cierto límite) que uno desee. Es una nueva forma de percibir las cosas.
Si quiero ver un órgano, me centro en él. Si lo que quiero ver es el interior o alguna parte específica del órgano, me centro en ello. También lo hago sobre un microorganismo que esté invadiendo el cuerpo.
Recibo imágenes de estas cosas; su aspecto es el de cualquier imagen normal. Por ejemplo, un hígado saludable aparece de color rojo oscuro, igual que en la visión normal. Si ha sufrido o sufre ictericia, tendrá un color pardo amarillento enfermizo. Si la persona ha estado o está sometida a quimioterapia, el hígado tendrá una coloración parda verdosa. El aspecto de los microorganismos es, más o menos, el mismo que pueden presentar vistos al microscopio. Mis experiencias sobre la visión interna, que se produjeron de forma espontánea al principio, se hicieron luego más controlables. Empecé a comprender que, para ver de este modo, tenía que situarme en un estado particularmente abierto, en el que mi tercer ojo (el sexto chakra) estuviera activado y el resto de mi mente en estado centrado, en
relativa calma. Más adelante descubrí las técnicas para situarme en tal estado de manera que pudiera mirar al interior del cuerpo cuando lo deseara, siempre que fuera capaz de situarme en ese estado mental y emocional. Si estaba cansada no podría hacerlo, en parte porque en tales circunstancias resulta más difícil centrarse y serenar la mente. El cansancio hace también más penosa la tarea de elevar la propia tasa vibratoria. Descubrí, además, que importaba poco que mantuviera los ojos abiertos o cerrados, excepto por el hecho de que teniéndolos abiertos puede producirse interferencia a causa de la información adicional. Hay ocasiones en que ésta ayuda a centrarse, pero otras perjudica la concentración. Por ejemplo, a veces recurro a la vista para que me ayude a centrar mi mente en lo que estoy mirando. En otras ocasiones, cierro los ojos tratando de dejar fuera cualquier otra información que pueda distraerme.
Ejemplos de visión interna
En la figura 18-1 se ofrece un ejemplo de dicha visión. En el ángulo superior izquierdo se muestra la vista aural frontal externa, en el superior derecho la vista interior, y la ilustración de abajo muestra la vista dorsal externa.
Se trataba, en este caso, de una amiga mía que resbaló en el hielo y cayó lesionándose un hombro.
Mientras trabajaba con ella pude ver la «hemorragia aural» que se producía en la parte frontal del hombro, por donde estaba perdiendo energía. Las líneas energéticas de la zona dorsal a lo largo del músculo trapecio estaban enmarañadas y había que enderezarlas. Situé la mano derecha en forma de copa sobre la hemorragia, a fin de detenerla, y peiné las marañas de la espalda. Mientras lo hacía, pude ver el
extremo astillado del húmero, lo que confirmaron luego los rayos X. Esta «breve» sesión de curación (media hora) bastó para restañar la hemorragia y desenmarañar el enredo, lo que ayudó a que el hueso fracturado sanara más rápidamente.
Otro ejemplo, que se muestra en la figura 18-2, es el de un quiste ovárico que, según observé, debía medir unos siete centímetros de diámetro, el tamaño de una pelota de tenis. El 3 de enero (figura 18-2) tenía un aspecto gris azulado oscuro. Un médico había diagnosticado ya el quiste, pero no así la inflamación pélvica, que aparecía de color rojo oscuro en el aura. Para el 15 de enero (figura 18-2B), se había encogido hasta unos cuatro centímetros, y el médico había diagnosticado la inflamación pélvica. El 21 de enero (figura 18-2C), el quiste medía dos centímetros, pero se estaba ennegreciendo y mostraba una extraña configuración en espiral que se conectaba con él. La paciente había sido sometida a una dieta limpiadora que estaba despejando el problema. (Yo no le estaba aplicando curación en ese momento, sino sólo observando la evolución.) El 29 de enero (figura 18-2D) el quiste aumentó de volumen, hasta tres centímetros, el tamaño de una moneda, al producirse la menstruación (es algo que sucede normalmente con los quistes). Para el 6 de febrero (figura 18-2E) se había reducido a un centímetro y, finalmente, el 3 de marzo (figura 18-2F) había desaparecido por completo, siendo reemplazado por una gran cantidad de buena y sana energía premenstrual. Todas estas observaciones se correspondían, en lo que respecta al tamaño, con las del médico que realizó el examen pélvico.
A causa del color oscuro del aspecto del quiste en el aura, el 21 de enero tanto el médico como yo aconsejamos a la mujer que tomara antibióticos. Se sabe que, durante un periodo de tiempo prolongado tres años en este caso), este tipo de enfermedad, la inflamación pélvica, precede al desarrollo de un cáncer, lo que queríamos prevenir eliminando la infección. La paciente mantuvo una dieta limpiadora a todo lo largo del tratamiento. Tal vez se hubiera librado totalmente de la infección sin necesidad de antibióticos, pero no queríamos correr el riesgo. Según mi visión interna, el quiste parecía casi negro. En esta fase precoz, el cáncer es azul grisáceo oscuro y, a medida que progresa, se va haciendo negro en el aura. Más adelante aparecen puntos blancos sobre el negro. Cuando dichos puntos destellan y saltan como la lava de un volcán, el cáncer se ha metastatizado. En el caso que nos ocupa, el quiste se iba oscureciendo demasiado como para esperar que la dieta limpiadora, por sí sola, hiciera el trabajo necesario.
La figura 18-3A muestra otro caso de inflamación pélvica: quiste ovárico y tumor fibroide. Como el lector puede ver, es fácil distinguir los quistes HSP de los tumores fibroides, que aparecen en el campo con una tonalidad parda rojiza.
La figura 18-3B muestra un ejemplo del uso de la vi sión interna a distancia. Al término de una de mis clases, cierta alumna me preguntó si podría someter a una amiga suya, que tenía dos fibroides, a una sesión de curación. Mientras me preguntaba, vi inmediatamente el interior de la región pélvica de su amiga y dibujé mi visión interna en la pizarra. Dos meses más tarde, cuando sometí a la paciente a la sesión de curación, se confirmó el dibujo, y también el diagnóstico médico refrendó mi visión. Tenía dos tumores fibroides relativamente pequeños que aparecían con una coloración parda rojiza en el aura. El de la derecha estaba más alto y en el exterior del útero, mientras que el de la izquierda, más bajo, se encontraba parcialmente incrustado en él. Lo que no había podido ver a distancia, pero que observé durante la sesión de curación, era que el segundo chakra frontal tenía una rotura, debida en parte, probablemente, a la extirpación del ovario izquierdo. Lo más seguro es que este chakra fuera alterado antes de extirpar el ovario, siendo la primera causa de la disfunción. Estoy segura de que la intervención quirúrgica ocasionó más traumas al chakra. Se añade al trauma quirúrgico el hecho de que las mujeres suelen retirar su energía del área de donde se ha extirpado un ovario porque no quieren sentir el dolor emocional de su pérdida. Este tipo de bloqueo inhibe el proceso de curación natural en dicha zona del cuerpo, lo que llega a empeorar el trauma.
Precognición con visión interna
Cierto día, cuando me disponía a visitar a una amiga, experimenté un caso de precognición, o aviso de los maestros espirituales. Me hallaba a tres manzanas de su oficina cuando recibí el aviso de que no estaría allí, que quizá había sufrido un ataque cardiaco y me necesitaban para que le aplicara una sesión de curación. Su oficina estaba cerrada cuando llegué, por lo que me dirigí a su apartamento, donde la encontré en un estado de dolor físico, sujetándose el brazo izquierdo contra el cuerpo. Había pasado la mañana en la sala de urgencias haciéndose cardiogramas. La figura 18-4 muestra lo que me reveló mi visión. Había dolor emocional y miedo aferrados a la garganta y el plexo solar, y la energía que se hallaba estancada en el área del corazón penetraba en su cuerpo e iba directamente hacia atrás a través del aspecto posterior del chakra cardiaco. La quinta vértebra torácica (T5) estaba desplazada a la izquierda. Esta vértebra no guarda relación con los nervios que intervienen en el corazón, pero se encuentra situada en la raíz del chakra cardiaco.
También pude observar debilidad en la aorta, justamente encima del corazón. A medida que trabajamos juntas para despejar la energía estancada alrededor de éste, mi amiga liberó la retención emocional en las zonas de la garganta y el plexo solar compartiendo su dolor conmigo y llorando. La energía oscura desapareció; la T5 volvió a su sitio. La muchacha se sintió muchísimo mejor. Cuando me marché, la debilidad de la aorta seguía presente, pero con el tiempo se ha aliviado considerablemente.