Enfermedades y Destinos a Reinventar
A fuerza de observar el fenómeno de la enfermedad, aislándolo de la historia emocional del enfermo, los hombres creyeron que las dolencias eran «extravíos» debidos a la fragilidad innata o adquirida de la constitución, fragilidad que aparecía de repente y sin razón conocida. Pero si reculamos un poco, las veremos de manera distinta: cuando la persona se ve presa de problemas a los que no puede dar una solución satisfactoria (problemas reales, imaginarios, simbólicos, presentes o pasados, quizás vividos por sus ancestros) varían simbólicamente órganos y funciones precisas. Estas compensaciones, en un primer momento, le salvan la vida.
La enfermedad es una respuesta arcaica propuesta, solamente, por una pequeña parte del ser vivo (el riñón o la rodilla, los oídos o las arterias, la corteza en el mundo vegetal, etc.), al problema vivido por el conjunto del individuo. Cuando el problema desaparece de una forma u otra, la respuesta resulta inútil. La enfermedad puede verse detenida, abortada, desactivada, eliminada por una orden del cerebro, de manera natural.
Este espacio propone una nueva mirada a la enfermedad. Vamos a intentar que puedas compartir mis convicciones, explicar lo que me fue apareciendo como una evidencia, progresivamente: que hay un solo desencadenante para todas las enfermedades, que éstas tienen la capacidad de desaparecer, que una población microbiana que se despierta durante una infección sólo intenta ayudar al individuo a resolver sus conflictos, que el cáncer es una proliferación compensatoria muy bien ordenada y orquestada, que la generalización de un cáncer es debida a múltiples angustias «en suspenso», algunas provocadas por diagnósticos médicos o por otras cosas.
Obligado a adaptarse permanentemente, el ser vivo elabora, desde hace miles de años, estratagemas. Éstas son de tres órdenes:
• Estrategia interna del organismo (enfermedad orgánica).
• Estrategia comportamental (enfermedad psicológica).
• Estrategia externa (destino, impacto del ser en su medio y viceversa, desplazamientos y actos).
Estas estrategias aportan un plus al individuo y a su linaje, son la solución óptima para la parte biológica silenciosa de cada uno de nosotros.
Son soluciones antes que problemas, por eso las enfermedades que hemos curado hasta ahora no son las «pensadas» por la naturaleza.
Ahora tendremos otra imagen de ellas.
La búsqueda de la causa
Cada enfermedad empieza con una sensación particular. Arlette fue agredida sexualmente. Intentó resistirse pero no consiguió
escapar a su agresor. Se sintió absolutamente impotente y sufrió una angustia brutal durante un tiempo. Treinta años más tarde, su
hijo Jean-Louis sufría persecución en la escuela, se sentía aislado, privado de afecto, impotente para resistirse… Acabó desarrollando una
diabetes hiperglucémica.
El sentido arcaico de ciertos tipos de hiperglucemia es la compensación para un individuo impotente para mantenerse firme, cuando cree que podría hacer muchas cosas pero nadie lo apoya o lo boicotean. El azúcar es el carburante de los músculos y del cerebro, los cuales sirven, entre otras cosas, para resistir, luchar, descansar y adoptar estrategias adecuadas. La hiperglucemia puede aparecer como una solución simbólica y biológica para ayudar al organismo a resistir, a combatir y a salir adelante. Las complicaciones oculares, por ejemplo, de la diabetes se deben a sentimientos anteriores, concomitantes o ulteriores al sentimiento principal, en relación a los que se ha vivido.
Nos parece natural heredar de nuestros antepasados algunas de sus características morfológicas, ciertos rasgos de carácter. También deberíamos encontrar natural que nos trasmitieran una memoria de «lo sentido». Al heredar los recuerdos angustiosos de los ancestros, estamos preparados para la eventualidad de revivir los mismos episodios.
Así, en ese estado de alerta, reaccionaremos más rápidamente frente a una enfermedad y sobreviviremos. ¿Te parece que la enfermedad es más una cadena o un triunfo? ¿Y si la enfermedad es la que nos permite sobrevivir en un momento angustioso? Entonces contemplamos la enfermedad con otros ojos; sobrevivir –aunque sea enfermo– es lo mismo que ganar tiempo de vida para el linaje, para el trabajo, para la sabiduría, para procrear… Es posible que si la enfermedad no existiera, nos moriríamos todos por exceso de estrés. ¿Se puede probar esta postura? No lo sé. Pero la consideración, a la que se añadirán otras la mar de lógicas en este libro, te llevará a discernir el genial plan que se esconde tras la enfermedad.
Otra proposición, el tiempo no borra nada y menos la información, la memoria. Nuestros ancestros viven en nosotros y podemos encontrar
en nuestro árbol genealógico las raíces de nuestras enfermedades.
En ese caso, no es el órgano del enfermo el que debe tratarse, sino la angustia vivida, coagulada en nuestro inconsciente; es eso lo que
deberá recibir toda nuestra atención. Se podrá constatar que ésta no es más que una resonancia de otra, más antigua, vivida por los padres o por otros antepasados. No se trata de combatir los síntomas, un destino, mediante todos los medios agresivos posibles, sino de comprender para qué sirven, cuál es la problemática que indican y qué solucionan.
Estado de la cuestión
Durante mucho tiempo, médicos curiosos, psicosomáticos, han buscado las correlaciones «reproducibles» y fiables entre perturbaciones emocionales y enfermedades. Pero no encontraban nada suficientemente evidente que les permitiera discernir un sentido tras cada enfermedad, nada que permitiera poner las bases de una nueva disciplina de la salud.
El postulado que hizo de los microbios la causa de las enfermedades empujó al común de los mortales a esperar curarse de todo, a encontrar en su interior las causas de sus dolencias. Enfermedad y microbios están relacionados, de manera que sólo el especialista y sus remedios son capaces de curar. La sanidad se ha convertido en un asunto propio de las élites intelectuales, en un lobby industrial y comercial.
La medicalización se desarrolla alrededor de estructuras ceñidas a la rentabilidad. La tecnología de ayuda diagnóstica es cada vez más
invasiva, hace visibles las enfermedades más escondidas y propicia intervenciones más frecuentemente. Se lucha contra los microbios a pesar de que, como son mutantes, la lucha deviene eterna. Se lucha contra el cáncer, con una buena artillería, pero el secreto del cáncer sigue sin aparecer porque no se acierta en el blanco. A fuerza de ir «a la contra» nos olvidamos de «ir con» y de «ir en el sentido de». Los servicios de oncología actuales no saben ya dónde mirar, los médicos jóvenes prefieren otras especialidades y las oportunidades de curación no han crecido en la misma medida que los esfuerzos y los gastos. Algunas campañas publicitarias que tienen por objetivo la salud de la población suelen tener un efecto contrario porque usan el miedo como detonante, y el miedo es un sentimiento que acaba por poner enfermo.
Preámbulo
Hay enfermos que parecen curarse por arte de magia, en ocasiones sin tratamiento alguno; ciertos lugares sagrados, como Nuestra Señora de Lourdes, parecen funcionar curando gente. Marc F., psicólogo de un hospital parisino, se dio cuenta de que los acontecimientos estresantes sobrevienen de forma cíclica, en ecoincidencia y, siendo conscientes de dicha ecoincidencia, se pueden desencadenar muchas curaciones que de otro modo habrían sido improbables (cánceres, algunos en fase terminal, esclerosis en placas) con un coeficiente de éxito del 90 por 100.
En los años ochenta, un médico –Dr. Hamer– descubrió, examinando escáneres cerebrales, que una alteración de una zona precisa del
cerebro acompaña siempre la alteración de un órgano y que el enfermo vive siempre con un conflicto particular durante su enfermedad. Así pudo ayudar a numerosos pacientes, desahuciados por la medicina tradicional. Otros investigadores confirman, perfilan y enriquecen, en la actualidad, los descubrimientos de este médico.
En el espacio de dos decenios, las curaciones racionales, explicables, fácilmente reproducibles, han desencadenado una revolución silenciosa…
Pero ¿la historia no se repite? Hace siglos que todo era evidente para algunos iniciados… En el libro de Jeremías, en la Biblia, Jacob
tuvo que viajar al norte para curarse de su cojera. Pero en hebreo, la palabra «norte» también significa «lo que está oculto, lo escondido», como el inconsciente freudiano, de alguna manera. Los terapeutas «de los primeros siglos» sabían que la curación pasa por tener conciencia de la información escondida «en el norte» del individuo.
Todos sabemos que para eliminar definitivamente una zarza del jardín, pasar el cortacésped o las tijeras de podar no sirve de nada. Sólo
arrancarla de raíz permite olvidarse de ella. Lo mismo pasa con la enfermedad.
Si estamos cansados de sufrir una dolencia cada dos por tres, tendremos que extirpar la memoria que la justifica. Y ello requiere
labrar los campos interiores…
Gracias a este reciente descubrimiento sobre el funcionamiento de las enfermedades y su rol para la supervivencia, tienen lugar curaciones de enfermedades pretendidamente crónicas e incurables, y la sociedad de los hombres puede dar un gran salto en su evolución. Parece también que no sólo las enfermedades, sino todos los caminos de la vida, nuestras elecciones, nuestra profesión, las actividades asociativas, los deportes que nos gustan, los lugares donde vivimos, la suerte y la mala suerte son consecuencias, respuestas lógicas a viejos problemas que quedan en «suspenso» en nuestros árboles genealógicos. Por esa razón, el sentido de las enfermedades y su destino se tratarán también en este espacio.
El hombre apresurado en el instante se percibe en el individuo independiente y no suele ser consciente del papel que juega en el seno de su propio linaje, en el mundo, en el cosmos, que no es sino un gran organismo del cual el ser humano es una célula. Se vive a sí mismo
como una hoja, en lugar de vivirse como un árbol. Observa la inmediatez de lo manifestado, privado de luz sobre su causa porque ha olvidado o ignora su pasado, lo vivido por los que llevaron, antes que él, la antorcha de la vida.
Cada uno de nosotros en un momento de severas dificultades se cuenta milongas a sí mismos e intenta olvidar para no sufrir. La enfermedad se instala entonces para colmar ese vacío de conciencia. Instalarse en la realidad biológica permite curarse fijándose en cada uno de los síntomas por lo que realmente son, encontrando su sentido. Los nuevos terapeutas ayudarán a sus pacientes a aprender a saber más y curarse de una dolencia, librándose de un destino desfavorable.
” Feliz aquel que puede penetrar en las causas secretas de las cosas ”