Frecuencias Opuestas y Complementarias
Para comprenderlo mejor, podemos comparar el campo energético humano con una burbuja que nos rodease, a la que podemos llamar biosfera o aura. Esta burbuja incluye, entre otros factores, todas las creencias y decisiones internas que condicionan nuestra conducta, así como información que viene de generaciones pasadas.
En la China, por ejemplo, los maestros Taoístas expusieron de manera muy simple su teoría de la creación del Universo.
Si aplicamos este concepto de los opuestos energéticos y complementarios del yin-yang a los estados emocionales, vamos a encontrar, de un lado, el dolor y el displacer extremados; en el lado opuesto, el extremado gozo y el extremado placer. Y no es probable que sepamos mucho acerca del placer a menos que alguna vez hayamos experimentado dis-placer, en otras palabras, a menos que algo nos haya hecho sentir incómodos o nos haya impedido sentir placer. Sólo cuando conocemos el dolor podemos experimentar su contrario y darnos cuenta de cuán cómodos o cuán tranquilos nos sentíamos con determinada persona o en determinada situación. La privación de lo placentero nos permite, por contraste, saber cuánto deseamos aquello que nos hace sentir bien. Por ejemplo, caminamos todos los días sin darnos cuenta de que lo hacemos ni de cómo lo hacemos, hasta que una piedrita se nos mete en el zapato o nos lastimamos un pie. Si transcurriéramos nuestra existencia humana como lo hacen los demás animales del planeta, fluyendo naturalmente entre los opuestos energéticos de lo que se siente cómodo o “bien” y de lo que se siente incómodo o “mal”, pasaríamos una parte de ella en la zona del “gozo” y otra parte en la zona del “dolor”, mientras que durante el resto del tiempo estaríamos atravesando todos los puntos intermedios constituyen las diferentes gradaciones entre el dolor y el gozo.
Sin embargo, las cosas no son así para nosotros. Los seres humanos “civilizados” hemos olvidado cómo permitir la vida fluya de manera natural. Nuestra mente racional está programada para controlar o resistir ese ciclo natural a través de una maraña de creencias y hábitos mentales y emocionales que conforman una identidad energética artificial. Algunos teóricos han denominado ego a este aspecto de nuestro ser. Este ego sólo quiere y acepta el gozo, y evita y rechaza el dolor. A través de este condicionamiento cultural, el dolor deja de ser una experiencia energética y pasa a estar asociado con miedo, queja, culpa, vergüenza, frustración, furia y muchos otros sentimientos negativos.