Imaginemos que un río fluye libremente hasta que su cauce es bloqueado en un punto por un dique. El resultado será un gran volumen de agua estancada. Habrá exceso de agua bloqueada río arriba y faltará agua tío abajo. Esa enorme presión originada por el dique -junto con el desequilibrio ecológico resultante-no afectará sólo al río, sino que lo rodea. Lo mismo sucede cuando le ponemos un dique” a una sensación o sentimiento, la fuerza vital queda atrapada en nuestro cuerpo igual que el agua del río es contenida por el dique y crea en nosotros el cuerpo del dolor. Produce una resonancia energética negativa, que afecta nuestro bienestar físico, emocional y espiritual
Así, negar o resistir lo que la vida nos trae equivale a bloquear con rocas la corriente del río. “No se puede nadar contra la corriente”. Este refrán fue acuñado por siglos de experiencias de dolor. ¿No es lo suficientemente claro? Si cambiamos nuestras reacciones, si aceptamos el hecho de que “esto me está pasando ahora y, por lo tanto, existe”, permitimos que la fuerza vital estancada fluya de nuevo y, finalmente, se transforme.
No obstante, permitir que las cosas pasen no significa que nos gusten o que estemos de acuerdo con ellas. Tampoco significa que no debamos intentar nada para cambiarlo.
Podemos vivir nuestra vida gran velocidad, saltando de experiencia en experiencia. Pero ¿qué pasaría si, en lugar de correr como corre el hámster sobre una gigantesca rueda de fantasias, nos detuviéramos a vivir las experiencias, sintiéndolas a fondo y honrando cada cosa que nos sucede? ¿Que pasaría si, en vez de gastar energía tratando de realizar nuestros planes y esas ideas son parte del mismo universo que se re-crea a través de nosotros? Si pudiéramos aceptar esto como un hecho, nos invadiría una gran tranquilidad, porque nos daríamos cuenta de que lo que tenga que ser será, y lo que deba ser hecho se hará, a través de nosotros.