Cargas que dejan su huella
“Muchos de los patrones de comportamiento de nuestra vida diaria son el resultado de información decodificada y almacenada a nivel celular. La mayoría de estas patrones son benignos y no contribuyen de manera significativa a la disfunción o destrucción del
organismo, como lo hacen las enfermedades, por ejemplo. Por otro lado, algunos de esos patrones de comportamiento son la expresión materializada de información guardada como resultado de apariencias traumáticas pasadas. Cuando tratamos a personas que
sufren desórdenes ocasionados por trauma, debemos tener presente que el problema que ellas sufren es la expresión de esa información que ha sido decodificada y almacenada a nivel celular. Para que la intervención terapéutica sea útil, debe enfocarse en la detección, aislamiento y decodificación de los patrones celulares producidos por recuerdos traumáticos”.
Thomas R. McClaskey, Decoding Traumatic
Memory Patterns at the Cellular Level
(“Decodificando patrones de recuerdos traumáticos a nivel celular”).
La carga emocional positiva
En este universo todo fluye y toda la creación es una danza sin fin de los opuestos energéticos. Se atraen y se complementan, son necesarios el uno para el otro. Para comprender cabalmente lo que significa el frío hace falta experimentar el calor. Para saber lo que es la luz del día, necesitamos experimentar la oscuridad de la noche. Un concepto no puede existir sin el otro. Entonces, lo masculino
necesita y atrae a lo femenino, y el polo positivo necesita y atrae al polo negativo.
Lo que llamamos carga emocional positiva es la fuerza vital en movimiento. Cuando un río fluye libremente hacia el océano, permite la vida y la nutrición de una infinita cantidad de organismos y manifestaciones vitales. Mientras el río siga fluyendo, todo el ecosistema vive y se reproduce con salud y bienestar. En el sistema cuerpo-mente hay también diferentes canales que necesitan fluir como el río, para
dar nutrición a todos nuestros otros subsistemas y mantenerlos vivos y saludables:
o El aire entra y sale por los bronquios.
o La sangre fluye a lo largo de las arterias, venas y capilares nutriendo y limpiando. La linfa fluye a lo largo de los vasos linfáticos arrastrando los desechos y defendiendo a todo el organismo.
o Los nutrientes fluyen a lo largo del sistema digestivo mientras se transforman en sangre.
o Los neurotransmisores fluyen a lo largo de los senderos neuronales llevando información
o El chi fluye por los meridianos o canales energéticos que forman el cuerpo energético, llevando la fuera vital.
o La fuerza vital fluye a través del sistema cuerpo-mente, entrando y saliendo del cuerpo, pasando por los diferentes vórtices de energía que los hindúes denominan chakras, conectando el microcosmos con el macrocosmos.
Esta fuerza vital, esencial y creativa, circula en todas y cada una de las diferentes formas manifestadas en la naturaleza; es fluida, fresca e inocente. Es fácil de reconocer cuando nos emocionamos ante una flor, un bebé o un bello paisaje.
Los bebés están conformados casi totalmente por carga emocional positiva. El campo energético de un recién nacido es altamente sensible y se comporta como una esponja
Su biocomputadora tiene un elevado nivel de receptividad. Podríamos decir que su único propósito de vida es absorber toda nueva información o experiencia, y vivir todo lo que le ofrece la vida a cada momento. Un bebe siente y actúa según la fuerza vital disponible que fluye libremente a través de su sistema. En este estado no hay diques que bloqueen el flujo; los sentimientos “buenos o malos se sienten plenamente y se reconocen de forma impersonal.
Los bebés son optimistas y tienen una enorme curiosidad. Los padres tienen razón cuando dicen que los pequeños necesitan aprender dónde está el peligro. Esta combinación de inocencia e ingenuidad hace que el bebé nunca espere algo negativo
Cuando nosotros éramos bebés, la fuerza vital fluía libremente a través de nuestro sistema mientras nuestra mente racional, casi inactiva al principio, ganaba espacio y actividad gradualmente, a medida que la programación aumentaba. El desproporcionado espacio que la mente racional llega a ocupar en nuestra civilización cuando somos adultos, sofoca poco a poco las emociones que tan naturalmente expresábamos de niños. Así, paulatinamente, almacenamos la fuerza vital reprimida en forma de carga emocional negativa y contracciones energéticas. Nos habituamos a esta condición energética y creemos que es “normal” sufrir y tener dolores. Llegamos a pensar que eso es lo que somos: un cuerpo de dolor. Sufrimos como víctimas inconscientes y experimentamos una decepción tras otra, hasta la última, que es la muerte.
Cuando la carga emocional negativa desplaza a la carga positiva
¿Alguna vez has estado pasándola bien con un grupo de amigos y de repente has sentido una tensión interna porque alguien se puso” negativo? ¿Has observado que el cambio no se produce a la inversa? Esto ocurre porque las personas que sienten emociones negativas no cambian su estado si alguien en el grupo está relajado o dichoso.
Por el contrario, a menudo la persona que se siente “positiva” probablemente pasará de manera rápida e inconsciente a sentir emociones negativas. La carga emocional positiva se retira cuando la carga negativa se hace presente, porque, por naturaleza, le permite la entrada a todo lo que se presenta. Es por eso por lo que los bebés son hipersensibles y muy receptivos a las emociones negativas. En ocasiones, un leve suceso negativo de poca importancia los perturba tanto que llegan a sentirse realmente mal; entonces, de inmediato se quejan y lloran, porque absorben rápidamente la carga emocional negativa de la gente que los rodea.
Curiosamente, así nos comportamos todos los seres humanos. Este proceso empieza en la vida intrauterina, cuando primero el embrión y posteriormente el feto absorben todo lo que la madre siente y experimenta, y luego, durante el nacimiento y después de él, el bebé sigue
absorbiendo las resonancias energéticas de los adultos que lo rodean.
Durante la infancia, la mente racional del niño empieza a formular creencias o simplemente imita las de los otros, y toma decisiones acerca de él mismo y de la vida en general, creando lo que llamamos auto-imagen, una suerte de autorretrato imaginario. La mayoría de “nuestras” virtudes y talentos son el resultado de este proceso inconsciente. Simultáneamente y de la misma manera son creadas nuestras” deficiencias y limitaciones. Y, andando el tiempo, las experiencias, creencias y decisiones negativas se acumulan en el sistema cuerpo-mente creando el cuerpo del dolor.
Todos hemos sido bebés. Eso significa que todos somos, en esencia, pura carga emocional positiva. Las contracciones energéticas nos han creado una falsa identidad en la que hemos perdido ese gozo innato y sufrimos a causa de aquello que hemos creado que no es real. En otras palabras, el cuerpo del dolor ha reemplazado nuestra naturaleza original al sofocar la carga emocional positiva. Esta carga está contraída, pero aún está en nosotros.
Si queremos encontrar el camino de vuelta a nuestro cuerpo de luz y recordar nuestra condición original de seres espontáneos, abiertos, que fluyen libremente, sin autoimágenes paralizantes, miedo al futuro o amargos remordimientos hacia el pasado, tendremos que empezar a tomar conciencia de nuestra condición actual y buscar la manera de hacer naturalmente el viraje de vuelta a lo que éramos en origen. Volver al estado de paz y alegría interior que teníamos siendo bebés, es posible. Simplemente, tenemos que des aprender lo que se nos ha enseñado como verdadero para re-encontrarnos con nuestro ser esencial.
Más carga negativa, más cuerpo del dolor .En cualquier momento, una carga emocional negativa intensa puede disparar una aparente pérdida de fuerza vital, la cual se hallará, en realidad, entrampada en el cuerpo del dolor. Esto ocurre porque la carga emocional positiva” abre la puerta” y se retira de la escena; el espacio que deja esta ocupado por creencias falsas y decisiones negativas.
Muchas personas van por la vida disponiendo de un “porcentaje” muy bajo de su fuerza vital, especialmente cuando han vivido y sufrido las consecuencias de este proceso que acabo de describir y que he llamado guerra civil interior,
Esta tensión interna causa estragos a su paso, el más importante de ellos, la pérdida de autenticidad y de libertad interior. Si este proceso se repite una y otra vez, inconscientemente se experimenta una sensación de distanciamiento y separación de partes que antes estaban conectadas por la carga emocional positiva.
Cuanto más espacio gane el cuerpo del dolor, más grande y más pesada se hará esa sensación de incomodidad interna, que, en casos extremos, puede llevar a que una persona sienta que es imposible soportar esa carga y no desee continuar viviendo.
Tener vergüenza de nosotros mismos o sentir que nos tenemos que esconder es otra clara señal de que la fuerza vital está entrampada en el cuerpo del dolor. No queremos o no podemos-hablar sobre ciertas áreas de nuestra vida, como si nuestro secreto fuera demasiado grande o destructivo como para exponernos a los demás y compartir lo que nos pasa. Sentimos vergüenza, culpa y miedo, y eso nos provoca una sensación intensa de separación de los demás.
Vergüenza, culpa y miedo son precisamente las emociones que más contracciones producen en el expansivo y abarcador campo energético del niño pequeño. Estas emociones negativas producen fragmentación interna y han sido en el pasado -y aún lo son utilizadas por las religiones tradicionales y por la educación institucionalizada en la mayor parte del mundo, para reprimir nuestra sensación natural de bienestar.
El porcentaje de fuerza vital contraída que ya no está a nuestra disposición, determina cuán disfuncionales podemos llegar a sentirnos. Cuando el cuerpo del dolor ya ha tomado el control del sistema cuerpo-mente, se produce todo tipo de desequilibrios y disturbios físicos o psicológicos, tales como: fatiga, cansancio, enfermedades y dolores diversos, adicciones y compulsiones, confusión, miedo, ansiedad, irritabilidad y enojo, depresión, problemas de aprendizaje, alienación, falta de voluntad para tomar decisiones, la sensación de que la vida no tiene sentido o, simplemente, aburrimiento o agobio.
La pérdida relativa de fuerza vital por causa de contracciones energéticas nos hace sentir “incompletos” o “dañados internamente”. En ese estado, podemos llegar a creernos defectuosos o a sentir que “algo anda mal” en nosotros, y tendremos la certeza de no ser valiosos o lo suficientemente buenos.
Si no somos conscientes de este proceso de separación y autojuicio negativo, sobrevendrá una intensa ansiedad o la necesidad de tener algo-o a alguien-que nos “haga sentir bien” de nuevo. Se abrirá en nosotros un agujero sin fondo” que tenemos que
llenar con sustancias ( comida, dulces, alcohol, tabaco, drogas),posesiones dinero, éxito personal, poder, sexo, reconocimiento, o con una relación íntima idealizada.
En ese estado de inconsciencia nos creemos que el tenemos que tener esas determinadas cosas para sentirnos bien completos y, si después de luchar y esforzamos mucho logramos obtenerlas, el agujero sigue estando allí, igual de profundo e igual de vacío.
El peligroso juego del autojuicio negativo y la autocondena
Una de las causas mayores de sufrimiento
¿La autocondena es parte de nuestro diseño original ? ¿Puedes imaginarte a un bebé agrediéndose a sí mismo y diciendo “Mírame, soy gordo”, “Qué anda mal en mí? “No tengo dientes ni siquiera puedo caminar” o “No puedo hacer nada por mis propios medios ni aun hablar. No me soporto!”? Suena absurdo cuando imaginamos a un bebé hablándose a sí mismo de ese modo. Sin embargo por desgracia, nos hablamos así a nosotros mismos ya los demás todo el tiempo. Un bebé no concibe que uno se odie a sí mismo. Aprendemos todos estos conceptos por imitación cuando somos muy pequeños. Oímos la critica y el juicio, y entonces los repetimos dirigiéndolos a nosotros mismos o a otros. Debemos llegar a convencernos de que, si amamos a alguien, tenemos que criticarlo. Empezamos a creer que la mejor manera de motivarnos o de motivar a otro es a través de la crítica. Creemos que,
si queremos a nuestros hijos, necesitamos mostrarles sus faltas, de modo que se transformen en mejores seres humanos y entonces tengan una vida mejor.
Es verdad? En mi experiencia, no. En mi experiencia, ésta es la receta para crear un adulto inseguro con baja confianza en sí mismo y baja autoestima. Los sentimientos de desvalorización, confusión y falta de propósito son esperables en un chico que está siendo juzgado y condenado diariamente. Para contrarrestar los efectos de esta programación, muchos de nosotros hemos creado una máscara de poder, eficiencia y sonrisas felices, y tratamos interminablemente de empujarnos, a nosotros mismos y a los demás, a creer que valemos cuando cumplimos aquello que se nos dijo que debíamos cumplir.
Esta programación detona en nosotros una resonancia de insatisfacción crónica, en la que siempre necesitamos que algo o alguien nos completen. Creemos que, si tenemos más dinero, un cuerpo diferente, un trabajo mejor, una relación de pareja mejor, una casa mejor o algo más, entonces nuestras vidas estarán completas. Inconscientemente buscamos sin parar el éxito y la riqueza y a esa alma gemela que nunca llega. En resumidas cuentas, el mensaje es: “Soy defectuoso, lo que soy no es suficiente y algo falta en mi vida”. El resultado es un profundo estado de vacío y desconexión de la vida, con una mezcla de miedo, ansiedad y frustración. Este estado incluso tiene un nombre aceptado en nuestra cultura: se llama estrés.
Una vez que aprendemos a autocondenarnos, vivimos en estrés.
Además, ahora somos parte de un antiguo ritual de nuestra cultura que consiste en buscar siempre lo que falta en nuestras vidas y desestimar lo que sí tenemos. Cada vez que elegimos tomar parte de este ritual, cambiamos el poder de la vida abundante por aquello que deberíamos o podríamos tener si las cosas hubieran sido diferentes. Esto crea un profundo estado de autotortura.
Cada vez que juzgamos negativamente cualquier aspecto de nosotros mismos -nuestras cualidades mentales, nuestras actitudes emocionales o nuestra apariencia física-inmediatamente todo el sistema cuerpo-mente (que es esencialmente carga emocional positiva) se pone en “estado de alerta”, porque le estamos diciendo que hay algo errado o equivocado. Simultáneamente, todo el sistema empieza a buscar en su banco de datos -la memoria celular-algo del pasado que sintonice con el error del que acaban de hacerlo responsable. Estos defectos pueden ser recuerdos de esta vida o información genética antigua, que a veces se remonta a incontables generaciones.
Cuando, a través de este “barrido”, se encuentra esa información, ésta es “resucitada”, “revivida”, y traída al presente como evidencia de que es cierto que “hay algo errado en mí”.
La curación es un proceso natural automático, así que, cuando se da una cierta vibración, se espera el apoyo del resto del sistema, especialmente de la mente racional, puesto que es ella la que habitualmente toma las decisiones. parada para tratar con memorias celulares o ancestrales, porque su programación no tiene información al respecto.
En síntesis, cada vez que te dices que hay algo equivocado en ti, estás creando la posibilidad de que la enfermedad o la infelicidad sean “resucitadas de los archivos atávicos.
Este auto-juicio negativo es un lento suicidio, como afirma claramente Lynn Grabhorn en su libro Excuse Me, Your Life is Waiting (“Disculpe, su vida lo está aguardando”): “Le autocondenación, cualquiera que sea su forma, es un lugar cómodo para estar cuando no queremos tomar ninguna responsabilidad sobre nuestra vida. Podemos meditar, cantar, utilizar cristales e incienso, hacer ejercicios especiales, utilizar afirmaciones que proclaman nuestra eterna divinidad; sin embargo, mientras nos juzguemos a nosotros mismos, el poder interno y la liberación serán nada más que palabras. No hay ninguna manifestación o deseo que se pueda llegar a cumplir mientras estés en estado de desaprobación de ti mismo. Ninguna abundancia, bienestar interno ni buena salud, y muy poca alegría podrás esperar”.