Cuatro «familias de conflictos biológicos»
1. La familia de los conflictos vitales concierne los órganos que se ocupan de las necesidades primarias del individuo: la oxigenación de la sangre (miedo a ahogarse, de morir antes de tiempo, el miedo a la muerte en general, que afectará a los alveolos pulmonares), la alimentación (miedo a las carencias, a la falta de respeto, de dinero, etc., que afecta a las células hepáticas), la prole (pérdida de un hijo que afecta a las gónadas), la digestión (tendencia a la obsesión y a rumiar los problemas, que afecta al estómago), la eliminación (impresión de no poder olvidar un acontecimiento vivido, como si fuera un lastre tóxico, de no poder perdonar, que afecta al colon), etc.
2. La familia de los conflictos de protección. Cuando el individuo puede comer y respirar sin problemas, busca la seguridad. El «conflicto de miedo a ser agredido concierne a los órganos envolventes como la pleura, el peritoneo, las meninges, el pericardio, la dermis, etc., que son continentes abiertos a todo tipo de flechas y que se ven afectados por cosas como simples insultos, miradas de odio, contactos desagradables, golpes físicos, contaminación microbiana, agresiones sexuales, etc. También encontramos conflictos con la crianza de los niños, el cuidado de los seres que afectan a las glándulas mamarias. queridos,
3. La familia de los conflictos de desvalorización. Tras la urgencia vital y después de la seguridad, el individuo necesita investigar y para ello requiere de una estructura, un esqueleto para desplazarse necesita al grupo para cazar mejor, construir para estar resguardado, necesita el calor de la tribu. Si el individuo que no consigue dichas cosas se compara con otro, desarrolla un «conflicto biológico de desvalorización» que afectará a los órganos estructurales (ciertas partes del hueso, la sangre, los tendones, los músculos, el tejido conjuntivo, etc.). Dicho conflicto ofrece un marco que abarca todos los matices posibles en el ámbito de la desvalorización (ser dependiente de otros, tener poca importancia, no saber qué dirección tomar, etc.). Si se infravalora y considera que nadie lo defiende,
que nadie lo protege, el sistema linfático es el que entra en juego.
4. La familia de los conflictos de relación, de territorio. Cuando las necesidades primarias, junto con las de seguridad, pertenencia
al grupo y exploración están satisfechas, el individuo se crea un territorio estable (habitar el mismo territorio por mucho tiempo permite conocerlo como la palma de la mano y explotarlo al máximo) y para ello debe anticiparse (prever, presentir). Desea tener relaciones y placer. En este caso los órganos concernidos son los que conducen información: sangre, algunas partes del sistema digestivo, los bronquios, la laringe, el sistema biliar, las arterias, las venas, los nervios, la epidermis, el cuello del útero, etc. El conflicto puede desencadenarse a propósito de todo lo que un individuo considere como territorio, que puede variar mucho de una persona a otra: la zona de caza para el león, la esposa para el marido, el marido para la esposa, el alojamiento, la plaza de parking, la parcela para el agricultor, el coche, la cocina, el mercado para el fabricante, la clientela para el comerciante, la empresa familiar, la reputación, el acceso al sol para una planta, etc., todo eso constituye territorio.
Y a propósito del territorio, pueden surgir problemas diversos: se puede sentir miedo por el territorio (el peligro está en el aire) o retener
problemas para respetar los límites territoriales, sentir rencores dentro del propio territorio, puede que la persona no sepa que está dentro de un territorio concreto, puede perderlo, sentir frustración sexual o frustración por no tener territorio alguno.
Así se estructura nuestro cerebro biológico.
Antes de la gallina, el huevo
La percepción dramática de un acontecimiento nunca es el resultado de un análisis racional y objetivo de la situación, sino la reaparición de un conflicto antiguo que viene, en ese preciso instante, a parasitar al individuo. Cuando una persona reacciona de manera desproporcionada frente a la importancia real de un acontecimiento, lo que le pasa es que está reviviendo un conflicto antiguo. En dicha persona está la información, que retumba a través de ella. Es un sufrimiento anterior, que no se tiene conciencia. Más adelante veremos por qué el árbol genealógico familiar aporta mucho qué pensar; ¡cuando la angustia aparece, hay que pensar! Pero antes del árbol, qué había? ¿Los 91 elementos de base del universo? ¿Dios?
Una «superhomeostasis»
En el interior de cada ser vivo, como en el seno del universo, las fuerzas antagonistas tienden a equilibrarse para permitir la vida. El universo está en expansión porque la fuerza de la vida hace contrapeso a la fuerza de atracción gravitacional, es el yin y el yang de los chinos. El fenómeno de la vida aprecia la neutralidad y el equilibrio.
También, y en interés del individuo, cada segundo, el sistema neurovegetativo recibe información por parte de los receptores repartidos
Dichos receptores informan, entre otras cosas, de la temperatura interior y exterior, del equilibrio hídrico, del contenido e azúcar en sangre, de proteínas, sales, colesterol, de hormonas… El cerebro, entonces, frena o estimula la actividad de los órganos, reduce o aumenta las secreciones para mantener el equilibrio. Se adapta permanentemente, jugando con los espacios interiores, empujando a las
células al extremo de sus fuerzas. Es la homeostasis, la facultad para restablecer las constantes biológicas en función de las variaciones del medio exterior.
Pero hemos ignorado durante mucho tiempo que sentía el individuo era también tenido en cuenta por el sistema neurovegetativo. El cerebro adapta simbólicamente el órgano a la emoción sentida, en una especie de superhomeostasis que tiene en cuenta la angustia experimentada. Lo que se siente es tan importante como las modificaciones del entorno o el estado de reservas energéticas, etc.
En ningún momento da el cerebro órdenes inútiles o insensatas: si la sangre contiene unos niveles excesivos de colesterol, es porque dicho colesterol útil para algo, como respuesta a una necesidad presente o pasada. Si la sangre tiene demasiadas plaquetas, es una respuesta del cerebro a una necesidad. Cuando falla la memoria, es como respuesta a una necesidad. Si la vista disminuye, también es en respuesta a una necesidad. Nos toca descubrir esa necesidad oculta, buscarla en nuestra propia vida y en la de los ancestros. Si la necesidad va más allá de las capacidades normales de los órganos normales (a causa de una emoción), el cerebro empuja a los órganos concernidos a modificar su comportamiento para adaptarse.
Una necesidad cuya imagen es conservada por la memoria, una emoción antigua, es tan real para el cerebro como una necesidad nor-
mal, inmediata y real, actuando en consecuencia.
Un órgano actúa, esencialmente, cuando la parte consciente del individuo ignora un problema, y más cuando se trata de una cuestión
antigua, oculta. En esos casos se recupera la salud cuando se toma conciencia del problema.
Desvelado el misterio, la enfermedad va cesando. Dado que la enfermedad es una solución para un problema que se revela irresoluble, tiene mucho valor. Para que desaparezca, tenemos que suprimir el problema. El verdadero síntoma no será el episodio que, a partir de
fragmentos de memoria, construimos?
¿Cómo no habíamos descubierto esto antes?
Muchas razones hay para que hayamos tenido que esperar a finales del segundo milenio para descubrir (o redescubrir) estas leyes biológicas, encontrando correlaciones precisas entre emociones, focos cerebrales y enfermedades:
El empleo del escáner, en los años ochenta permitió comprender el proceso de la enfermedad. Sin escáner sería imposible demostrar la existencia de un proceso cerebral para cada enfermedad.
• El lanzamiento de hipótesis prometedoras fue una práctica médica corriente. La Organización Mundial de la Salud señala que el cuerpo médico sigue doctrinas que no quiere abandonar y, si un estudio va en contra de dichas doctrinas, es inmediatamente ignorado.
• Los que, con ánimo cartesiano, se hayan puesto a confeccionar estadísticas para probar las correlaciones entre los acontecimientos vividos y el desarrollo de enfermedades, habrán fracasado estrepitosamente. El acontecimiento que origina un conflicto no tiene por qué ser necesariamente real. Podemos desarrollar conflictos a partir de episodios dramáticos imaginarios, virtuales o simbólicos. Las experiencias con escáneres lo han confirmado: pensar en un objeto o ver realmente dicho objeto provoca el mismo flujo energético y sanguíneo. Para la actividad cortical, actuar o imaginar que se actúa, pensar en algo o verlo físicamente, es lo mismo (Si pensamos en el sabor del limón no segregamos más saliva inmediatamente?). Una mujer que no consigue hablar por teléfono con su hijo, sabiendo que ha habido una terrible explosión cerca del lugar donde éste se encuentra, puede visualizar a su hijo enterrado entre los escombros, herido, aunque no sabe nada de lo que realmente le ha pasado y piensa que seguro que está vivo, pero puedo desarrollar un conflicto de nido y padecer un cáncer de mama. Los investigadores rusos han descubierto que también se puede desencadenar una reacción bio-
lógica en los animales mediante signos a los que se los ha acostumbrado. Esta constatación puede llevar al ser humano muy lejos, al origen del lenguaje.
Por otra parte, la biología no puede actuar sobre los demás, sólo puede hacerlo sobre uno mismo (con este sentimiento: «Mejor que no me vea mamá! Ella no tiene problemas de vista pero mi descendencia podría tenerlos»). También podemos desarrollar conflictos tomando mensajes de manera literal, cuando el cerebro entiende otra cosa diferente de las palabras oídas.
«Emerger de la barbarie es un proceso lento y como el hombre es -geológicamente hablando, tan joven, tiene todo el futuro por delante».
THÉODORE MONOD, Sortie de secours