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La Respiración es la Vida

¿Sabías que el aliento es el medio vital y de comunicación más importante del que disponemos? Al inspirar tomamos de aquello que nos rodea, y al espirar devolvemos lo que hay dentro de nosotros. La respiración, por tanto, establece la conexión entre nosotros y nuestro entorno.
Respirar es dar y tomar; es un intercambio entre el interior y el exterior, indispensable para la vida. Cuando esta relación de intercambio se ve alterada, surge en el hombre un estado de desequilibrio.
La vida comienza con el primer respiro del recién nacido y acaba con la exhalación del último suspiro. Durante el tiempo que se prolongue la vida, la respiración será un reflejo del estado corporal y anímico, que puede ser de tranquilidad o agitación, de profundidad, de equilibrio, etc.
Lo esencial del proceso es el oxígeno, de cuyo intercambio depende totalmente nuestra vida. Sin oxígeno no viviríamos más de 15 minutos. Es más, las células de nuestro cerebro —más sensibles que las del resto del cuerpo— apenas resistirían 3 minutos y luego morirían.
Si comparamos el oxígeno con otros elementos vemos, por ejemplo, que una persona se mantendría con vida sin ingerir agua u otro líquido al menos 5 días; sin alimentarse, unos 14 días; y hasta 65 días o más sin dormir. Con frecuencia  se oye acerca de las prodigiosas hazañas de los «ayunadores profesionales». Cuando se trata de la respiración, sin embargo, los logros son menos llamativos y excepcionales.
En una ocasión, por ejemplo, un yogui se dejó enterrar vivo por espacio de 40 días y logró sobrevivir; un buceador cubrió la distancia de 90 metros sin respirar. Pero el hombre —a diferencia de los peces que absorben el oxígeno del agua a través de sus branquias— moriría por asfixia si permaneciera demasiado tiempo bajo el agua y sin poder respirar.
La reacción ante la falta de oxígeno es de agotamiento, fatiga, desgana, e incluso aparecerían síntomas de enfermedad. Buceadores, planeadores o escaladores de montaña, que pretenden alcanzar cimas muy altas o zonas profundas, se proveen de botellas de oxígeno que, en el momento necesario, les proporcionarán este elemento. Una persona que viva en un lugar donde la atmósfera está intoxicada experimentará una disnea (= dificultad respiratoria) y se verá amenazada de muerte por asfixia. Durante la segunda guerra mundial se emplearon mascarillas de oxígeno para protegerse contra los elementos contaminantes del aire; hoy día las grandes ciudades disponen de dispositivos de «alarma contra-smog» que alertan a la población de la contaminación. En cambio, la atmósfera que reina en el campo es refrescante y en ella se puede respirar con absoluta libertad.
Las plantas que —al contrario que las personas— absorben anhídrido carbónico y desprenden oxígeno suponen, por tanto, un complemento ideal. De ahí la enorme importancia de la creación y cuidado de zonas verdes en las grandes ciudades, para poder vivir en una especie de simbiosis con las plantas.
Pero no es exclusivamente el aire bajo en oxígeno, sino también la «atmósfera», en sentido figurado, lo que da lugar a que a veces nos «falte el aliento», pues el proceso respiratorio físico va íntimamente ligado a nuestro estado psico-anímico.
Una persona que respira profunda y sosegadamente, que sea capaz de «expulsar sus gases», se encontrará indudablemente en mejor estado que otra que «respire con dificultad », de forma apresurada, superficial y entrecortada. La respiración, como escribiera el psicólogo Ernst Kretschmer hace ya unos 50 años, es algo más que un mero intercambio de gases. Las civilizaciones antiguas ya conocían
que la respiración adecuada se traduce en un equilibrio físico y mental, favorece el riego sanguíneo de las células cerebrales y amplía nuestra capacidad de conocimiento.

La respiración ayer y hoy

La terapia y los ejercicios respiratorios con fines determinados eran ya conocidos desde tiempos remotos en Egipto,
China, Japón, India y en el Tíbet. La enseñanza de la respiración, considerada como doctrina esotérica, era transmitida exclusivamente por personas iniciadas. Ascetas, magos y personas versadas en medicina transmitían ejercicios respiratorios con fines diversos: religiosos, contemplativos, curativos o filosóficos. Distintos métodos de gimnasia, terapia y práctica respiratoria, consciente o inconsciente, gozaban
de amplia difusión. En la mayoría de los casos iban ligados a prácticas de meditación. Tal era el caso del Tai Chi Chuan en China, del Yoga en la India o de la Meditación Zen en Japón
En la actualidad existen también centros especializados donde se aplica —con éxito— terapia respiratoria a pacientes con trastornos respiratorios, a enfermos del corazón, del estómago y de los pulmones, a personas que padecen neurastenia o distonía vegetativa, o incluso a pacientes que presentan lesiones en la espina dorsal. Algunos de estos sanatorios se encuentran en China (en Tanschan y Shangai), en Rusia (en Crimea), en Suiza y en Alemania (en Bad Ems: «Institut der AFA» bajo la dirección del Dr. E. Haybrock- Seiff; y en Sobernheim/Nahe: «Sanatorium für Atmungsorthopádie Lehnert-Schroth»),
Si la terapia respiratoria se aplica a enfermos y a personas con salud precaria, con fines curativos, la práctica respiratoria, por el contrario, se aplica como medida preventiva que contribuye al mantenimiento de la salud y el equilibrio.
Esto, por sí solo, justifica su existencia, si bien no hemos de olvidar que no todos los métodos resultan apropiados para cualquier persona. En este libro nos ocupamos exclusivamente de la práctica respiratoria.
La práctica respiratoria guarda una estrecha relación con la educación de la voz y la técnica de la palabra. La calidad de Ta voz mejora con Ta práctica respiratoria y, a su vez, la educación de la voz regenera y regula la respiración. Y, sin embargo, hoy en día no se aprovecha suficientemente la fuerza que proporciona una respiración sana en la formación de profesionales que encuentran en la voz y en la dicción el instrumento básico de tu trabajo.
Resulta obvio que la técnica de la respiración y de la palabra debería ser parte integrante del programa de formación de los educadores, y muy particularmente de los profesores de Música y Educación Física quienes, en el desarrollo de sus funciones profesionales, tratan con estos dos elementos de forma permanente. Tanto la respiración como el habla defectuosas van en detrimento del propio profesor que, como consecuencia de ello, se queda ronco, se fatiga y no logra imponerse en clase; pero al mismo tiempo repercute en el alumno, que se ha de enfrentar a problemas de comprensión y, por tanto, de asimilación. Con frecuencia, hablar demasiado bajo, con poca claridad y «farfullando
las palabras» es la causa que impide la comunicación entre profesor y alumno.

¿Cómo se respira bien?

Las opiniones de los especialistas en torno a cómo se ha de llevar a cabo la práctica respiratoria son variadas y, a menudo, contrapuestas. Para unos, la enseñanza de la respiración se ha de abordar sin hacer alusión a ella, pues estiman que ésta es la mejor forma de influir sobre la misma y, así, poder transformarla. Otros, en cambio, consideran que un cierto grado de conciencia de lo que se está haciendo
es indispensable.
Yo, personalmente, me uno a aquellos que, de forma indirecta en la medida de lo posible, tratan de restablecer y regular la respiración natural, ayudándose de ejercicios y de relajación, aflojamiento y movimientos estimulantes; paralelamente, se fomenta la respiración nasal y los impulsos respiratorios naturales a través de ejercicios en los que se establezca contacto con una o varias personas, o con el terapeuta.
Posteriormente, considero del todo razonable despertar la conciencia y la necesidad de respirar correctamente, proporcionando
información objetiva que ayude a sentar las bases necesarias para lograrlo.
Un experto podrá distinguir de forma inmediata entre una respiración correcta y otra defectuosa. Esta última se corregirá, en la mayoría de los casos, con la práctica de ejercicios de relajación física y mental. La práctica respiratoria consciente, como ocurre con la fase del yoga conocida como «Pranayama» (= control de la respiración), se introduce una vez se haya logrado que la respiración completa natural
transcurra de forma automática y se pueda restablecer con facilidad si, ocasionalmente, se ve afectada por alteraciones físicas o mentales. La supervisión de un terapeuta o de un experto es indispensable para evitar los daños de una práctica respiratoria mal conducida. De no hacerlo así puede ocurrir que zonas del cuerpo previamente tensas se agarroten aún más, agravándose de esta forma la respiración ya viciada.
Práctica y terapia respiratorias van, a menudo, estrechamente asociadas, y se benefician recíprocamente. Por ello, con frecuencia, sucede que personas con problemas respiratorios padecen, a su vez, trastornos anímicos. ¡Cuán interesante sería, por tanto, que un mayor número de médicos y terapeutas hiciese uso de las posibilidades curativas y preventivas que ofrece el tratamiento global de la práctica y terapia respiratorias.

Pacha Pulai