fbpx

Estación de los Vientos .. A la deriva

 

LAS ESTACIONES


Teñido de nostalgia
como el viento
se cubre el suelo de otoño
con pasos crujientes que avanzan sin prisa
hacia el invierno desnudo.
Invierno gris,
silencio de lluvia que penetra la tierra
frío que traspasa el alma entumecida
buscando el calor del fuego que redime
hasta encontrar la primavera.
Momento fulgurante después del purgatorio
donde todo renace puro, sin remordimientos.
Flores encendidas adornan los espacios
de fragancias remotas
que anuncian la fecundidad.
Del verano cubierto de sudor
con imágenes febriles en un caleidoscopio,
aparecen abejas entre aroma de sandías
y la frescura del mar
seduciendo los amores.
Todo parece posible, la esperanza, la locura,
salvo cambiar el curso del tiempo
con su secuencia inviolable
de manantiales
y desiertos.

 

Poema “Estaciones” de Isabel M. Vega

 

Las estaciones


Las estaciones del año son determinadas por el tiempo cíclico que transcurre durante
el recorrido anual del sol donde hay dos puntos culminantes (invierno y verano) y dos de traspaso (primavera y otoño). El análisis de los cambios que ocurren durante esta trayectoria permite comprobar que se da un fenómeno muy similar al que sucede en el interior del alma humana durante su evolución. Por este motivo, haremos una analogía entre los procesos —sensaciones, elementos y colores de cada estación— y los climas
internos que se producen en las distintas etapas que atraviesan las personas a lo largo de su vida.
Esta referencia ha sido recogida y expresada con múltiples lenguajes a través de la poesía, la pintura, la psicología, la filosofía, la música. Una muestra de ello es el hermoso concierto de Vivaldi llamado “Las cuatro estaciones” que, mediante sus tonos y ritmos,
sus pausas y silencios, nos transporta a diferentes atmósferas generando estados de tristeza, de recogimiento, de entusiasmo, de paz.
Además de marcar un período de tiempo, como ocurre con las estaciones climáticas, el concepto de estación puede referirse a un espacio, a un momento de espera, de encuentro o de despedida, como sucede con las estaciones de trenes. Asimismo, este término se utiliza para designar instalaciones donde se registran observaciones y
mediciones, tales como las estaciones oceanográficas o espaciales. Este tipo de estaciones puede ser asociado a ese estado de gestación y de quietud que precede a ciertos cambios vitales, al igual como sucede con los planetas cuando se dice que se “estacionan” (pareciera que se detienen antes de cambiar la dirección de su órbita).

Haremos uso de los distintos conceptos de estación. Especialmente,
como aquel período de tiempo que tiene particularidades semejantes a las estaciones climáticas. Recordaremos que en el otoño el viento desnuda los árboles y que la lluvia del invierno prepara la tierra para la gestación de las flores y los frutos que llegarán más tarde con el regreso del sol en la primavera y el verano.
Sabemos que la naturaleza tiene sus características y sus tiempos. Y este
conocimiento proporcionado por la experiencia nos permite adaptarnos a los cambios de clima sin mayores resistencias. Algunas personas se alegran con la luz de la primavera y otras prefieren el recogimiento del invierno, sin embargo, todos aceptamos que las condiciones ambientales varían en cada estación. Y esta misma actitud es la que necesitamos tener con los procesos internos.

En la película coreana Primavera, verano, otoño, invierno…. y otra vez primavera, dirigida por Kim Ki-duk (2003), se refleja este movimiento circular de la experiencia humana. La historia muestra a un monje budista y su aprendiz, quienes viven en un monasterio que flota en un lago ubicado en las montañas, y en ella cada estación refleja una etapa en la vida del discípulo: la infancia comienza con la primavera, la juventud con el verano, la madurez con el otoño y la vejez con el invierno. Al final se cierra el círculo mostrando al discípulo transformado en monje y a un nuevo aprendiz viviendo en el monasterio. De este relato se desprende el mensaje de que todo ser viviente está sujeto a ciclos similares a los de la naturaleza.
Los pueblos antiguos estaban mucho más conscientes de su pertenencia a una realidad mayor y que la vida humana está ligada a la naturaleza, por lo que sus ritmos y tonos son parecidos. En la cosmología de nuestros antepasados, los mapuches, se consideraba que toda la existencia estaba relacionada con ciclos naturales como el día y la noche, las estaciones del año, los tiempos de siembra y de cosecha. Actualmente, en comunidades todavía se celebra el año nuevo junto al solsticio de invierno en la fiesta de “We Tripantu”, que significa nueva salida del sol. En este día, que es el más corto del año, se cierra un ciclo completo y comienza otro donde vuelven a aparecer los brotes, y con ellos se anuncia un nuevo período de cosechas. En otras zonas de climas tropicales (cercanas al paralelo 0°) se distinguen solo dos estaciones: la estación seca y la estación lluviosa. En esta última no cambia mucho la temperatura, pero aumenta considerablemente la cantidad de lluvias y vientos estacionales llamados monzones.
En Australia, algunas tribus aborígenes usaban un calendario de seis estaciones definidas según las estrellas que se pueden observar en cada etapa. Esto les ayudaba a organizar mejor su vida de acuerdo a las condiciones climáticas del país, que no se ajustan a la división tradicionalmente aceptada.
Estas diferencias regionales muestran que, así como las personas pueden tener variaciones en la cantidad y duración de sus propios estados internos, también en la naturaleza los ciclos se modifican de acuerdo a distintos factores tales como la ubicación geográfica dentro del planeta. Lo único seguro es que en este mundo las estaciones cambian, por lo que es muy probable que en nuestras vidas suceda lo mismo.

 

El árbol
Cuento anónimo sufí
Había un hombre que tenía cuatro hijos. Él buscaba que ellos aprendieran a no juzgar las cosas precipitadamente; entonces los envió a cada uno por turnos a ver un árbol de manzanas que estaba a una gran distancia. El primer hijo fue en el invierno, el segundo en primavera, el tercero en verano y el hijo más joven en el otoño. Cuando todos ellos habían ido y regresado; él los llamó y juntos les pidió que describieran lo que habían visto.
El primer hijo mencionó que el árbol era horrible, doblado y retorcido. El segundo dijo que no, que estaba cubierto con brotes verdes y lleno de promesas. El tercer hijo no estuvo de acuerdo, él dijo que estaba cargado de flores, que tenía un aroma muy dulce y se veía muy hermoso, le parecía la cosa más llena de gracia que jamás había visto. El último de los hijos no estuvo de acuerdo con ninguno de ellos, y dijo que estaba maduro y cargado de frutos, lleno de vida y satisfacción.
Entonces el hombre les explicó a sus hijos que todos tenían razón, porque a pesar de que habían visto el mismo árbol, lo habían percibido de diferente manera, porque ellos solo habían observado una de las estaciones de la vida de ese árbol. Entonces les recomendó que no juzgaran una situación o a una persona, por ver solo una de sus temporadas, ya que la esencia de lo que son, el placer, el regocijo y el amor que viene con la vida puede ser evaluada solo al final, cuando todas las estaciones han pasado. Si se dan por vencidos en el invierno, habrán perdido la belleza de la primavera, los frutos
del verano y la satisfacción que puede traer el otoño.
En consecuencia, les dijo, no hay que dejar que el dolor de alguna estación destruya la dicha del resto. Ni juzgar la vida por una estación difícil. Hay que recorrer todo el camino para comprender la totalidad de la existencia.

 

ESTACIÓN DE LOS VIENTOS
Pasarán estos días como pasan
todos los días malos de la vida
Amainarán los vientos que te arrasan
Se estancará la sangre de tu herida
El alma errante volverá a su nido
Lo que ayer se perdió será encontrado
(…)
Y dirás frente al mar ¿Cómo he podido
anegado sin brújula y perdido
llegar a puerto con las velas rotas?
Y una misma voz te dirá:
¿Qué no lo sabes?
El mismo viento que rompió tus naves
es el que hace volar a las gaviotas.
Fragmento de “El doliente”, Oscar Hahn

 

Estación de los vientos : A la deriva.

 


El movimiento de la Tierra alrededor del sol genera ritmos estacionales que producen alteraciones bioquímicas en el cuerpo y en la mente. Estos cambios no solo afectan al ser humano, sino también a los árboles, las flores, los animales, las bacterias y todo lo que forma parte de la naturaleza.
El otoño es anunciado con una impresionante transformación cromática y los vientos que lo caracterizan poseen tal fuerza, que son capaces de provocar una transición entre la luz del verano y la oscuridad del invierno.
La estación de los vientos interiormente se parece al otoño, porque es una etapa de cambios que produce mucha inestabilidad. Genera estados de ánimo que a veces se asocian con un romanticismo poético, y otras, con agudos sentimientos de pérdida.
La sensación del alma cuando se encuentra en esta estación es la de estar a la deriva.
Es decir, que en ella se pierde la orientación y el control de las circunstancias como si fuéramos en una barca arrastrada por el viento hacia lugares desconocidos. Son momentos en que nos sentimos manejados por hilos invisibles o extrañas corrientes de energía que no podemos predecir ni comprender.
Durante este tiempo, la atmósfera cambia radicalmente ante nuestros ojos y se hace evidente la fugacidad del paisaje que nos rodea. Las hojas verdes que hace pocos días cubrían los árboles y brillaban al sol de pronto comienzan a volar y a caer sin que podamos hacer nada por detenerlas. El cielo se vuelve más gris y el suelo comienza a crujir. La temperatura baja y el paisaje se tiñe de sepia. Entonces, no queda más que aceptar esta realidad y darse cuenta de que el cambio es una de las pocas certezas que existen en la naturaleza.
En la vida siempre hay cosas, situaciones y personas que cambian. Algunas llegan y otras se van. Relaciones cultivadas durante largo tiempo desaparecen y se las lleva el viento. Sacrificios realizados para conseguir un bien material pueden anularse en un instante como consecuencia de una enfermedad, un terremoto o un incendio. Grandes esfuerzos desarrollados para conservar o progresar en un trabajo pueden verse truncados por cambios en la jefatura, nuevas políticas de la empresa o del gobierno central.
Las grandes crisis económicas y las catástrofes naturales generan este estado en el alma, porque son situaciones que despiertan el temor a las pérdidas y escapan al control de las personas afectadas. Esta amenaza de vientos y huracanes produce miedo, porque altera los parámetros conocidos y el ritmo habitual de la cotidianidad.
Muchas veces, en diferentes áreas de la vida, se sufren las consecuencias de
decisiones que se toman muy lejos de nosotros debido a que —para bien o para mal— todos estamos interrelacionados y lo que hacemos tiene efectos sobre el medio ambiente físico, psicológico y espiritual. Esto es lo que plantea hipotéticamente la teoría del caos, cuando dice que: “el aleteo de una mariposa en Londres puede provocar una tormenta en Japón”. Pero eso no significa que nada depende de uno mismo y que los esfuerzos no valen la pena. Hay decisiones que cada persona puede tomar y logros que es posible alcanzar con entusiasmo y perseverancia. Sin embargo, es conveniente estar preparados porque en algún momento puede llegar un temporal incontrolable y despojarnos de esos bienes tan apreciados, como son los afectos, la salud, el hogar, el trabajo o el dinero ahorrado con dificultad.
Aunque estemos conscientes de que existe la estación de los vientos, no sabemos cuándo llegará para quitarnos la ilusión de estabilidad y sumirnos en la temida incertidumbre. Pero, por otra parte, también sabemos por experiencia que los vientos son pasajeros. Una vez que nos remecen y cumplen su función, se retiran. Después de su paso el aire se calma, regresa la luz y el calor. Entonces, los árboles vuelven a llenarse de hojas y dan frutos otra vez. Solo hay que tener buena memoria, paciencia para esperar y la suficiente fe para seguir adelante, confiando en que la vida nos traerá nuevas e inesperadas oportunidades.

Elemento Aire


Andando en un camino
encontré al aire,
lo saludé y le dije
con respeto:
“Me alegro
de que por una vez
dejes tu transparencia,
así hablaremos”.
El inalcanzable,
bailó, movió las hojas,
sacudió con su risa
el polvo de mis suelas,
y levantando toda

su azul arboladura,
su esqueleto de vidrio,
sus párpados de brisa,
inmóvil como un mástil
se mantuvo escuchándome.
(…)
Por eso, ahora,
¡cuidado!
y ven conmigo,
nos queda mucho
que bailar y cantar,
vamos
a lo largo del mar,
a lo alto de los montes,
vamos
donde esté floreciendo
la nueva primavera
y en un golpe de viento
y canto
repartamos las flores,
el aroma, los frutos,
el aire de mañana.
Fragmentos de “Oda al aire”, Pablo Neruda