Una niña dotada
Tomo la expresión de Alice Miller. En su obra El drama del niño dotado. Y la búsqueda del verdadero yo nos alienta a romper con las ilusiones que engañan y nos alejan de construir alejan de construir la verdad sobre nuestra identidad. Soy una lectora agradecida a esa puerta que esta psicoanalista dedicada a los niños y niñas abre con sus experiencias profesional : permite revisar creencias, nos habilita a a poder ser diferentes a aquello que nuestros padres o educadores programaron para nuestras vidas y no sentir culpa por eso!
Llegar hasta la llave que abre el real sentir que atravesamos en la infancia nos ofrece la posibilidad de derribar mitos sobre nuestros mayores, Respeto no implica que los endiosemos. Aceptar que se equivocaron y que pudieron lastimarnos es más sanador que vivir en la fantasía de “perfección” en la que muchos hijos e hijas colocan a sus progenitores. “Con ilusiones no pueden curarse las heridas dice Miller”.
Que la realidad puede ser intolerable de aceptar es cierto: si nos ignoraron, nos pasaron sus inseguridades, nos usaron, nos abusaron, nos exigieron, nos hicieron presenciar situaciones abominables, no nos protegieron de vivir ciertas experiencias.. seguiremos heridos de por vida. Es preciso ver esa realidad, no taparla. Hacerse cargo es doloroso. Sí, muy penoso. Puede ser intolerable reconocerlo, pero es necesario pinchar la burbuja ilusoria y animarse a ver la realidad. Tenemos tan anestesiados aquellos sentires que hasta creemos que nunca hemos transitado peligros, escenas turbias, castigos y maltratos. No los registramos. Tan sepultados quedaron en nuestro inconsciente que no hay rastros en la memoria. Tan fuerte fue la represión para borrar, o mejor dicho, para arrinconar esos sentimientos.
Vaya un ejemplo: desde esta perspectiva ahora ya no nos parece tan normal” que una madre envíe a una niña al bosque para llevar alimentos a la abuela. Nunca se nos ocurrió preguntar: ¿Y por qué no fue ella?.
Caperucita es una niña “dotada”: fiable, comprensiva, amable, cordial Casi una adulta. ¡Pero es una niña! Acepta todo lo que se pretende de ella para ser amada y por supervivencia. Por eso es para los adultos una niña ideal: Utilizable, disponible, manipulada, Fuimos hijas e hijos sobreadaptados, dóciles, disponibles. Ahí estaban los adultos, padre y madre, arrastrando sus traumas irresueltos. El padre sin comprender el vínculo y las necesidades propias de un niño, una niña. Ante su inmadurez afectiva (porque ser padre lo colocaba de nuevo en la herida que vivió en la infancia) del progenitor, la posición de hijo queda expuesta a sufrir con extrañamiento la falta de cuidado de respeto a los deseos o al propio ritmo de desarrollo. Ese dolor se acumula, se naturaliza y ya es tan normal que deja de perturbarnos la falta de abrigo, que no se valoren los logros o que siempre falte un poco más para alcanzar las expectativas. También la madre, reviviendo sus dolores de infancia mientras cría a sus hijos, los manipula: en el espejo que los niños le muestran ella vuelve a padecer su propio abandono, presión, vergüenza, soledad. Reaparece su niña herida. No pudo salir de ese cono de sombra antiguo y dormido que ahora la maternidad le reaviva. Se pone en escena su propia infancia desvalida. Se pone en escena su propia infancia desvalida.
Y lo mismo podríamos repetir ahora con nuestros hijos si no asumimos que es tiempo de tomar conciencia. Y hacer el duelo de aquello que nos inhabilitó cuando fuimos pequeños para no traspasar el trauma a las nuevas generaciones. Nuestros padres son personas, no dioses. Humanizarlos les quita la exigencia de perfección. Está en cada uno, en cada una, animarse a verlos como seres imperfectos.
Los adultos que de niños no tuvieron un ambiente familiar de confianza y seguridad serán padres necesitados de esa protección anhelada y nunca conseguida: buscarán toda la vida llenar ese hueco. Sus necesidades insatisfechas e inconscientes se reactualizan cuando les toca asumir el rol de padre-madre y es en los hijos en quienes encuentran la vía sustitutiva más a la mano. “Toda madre solo podrá ser empática cuando se haya liberado de su infancia… Lo mismo se puede decir del padre”.
El desarrollo sano en la infancia depende de unos adultos que ejerzan el maternaje/paternaje ofreciendo un alimento afectivo superador de viejas inseguridades, de sus propias carencias amorosas del pasado y de una gran cuota de respeto por ese sujeto que es el hijo.
No podemos cambiar el pasado, ya no somos niños. Podemos reparar los efectos del dolor observando de cerca nuestra propia (e incómoda) historia.
Tapar, callar, ocultar no resuelven el trauma. Lo ahondan. Poner en la conciencia sentimientos antiguos no quiere decir deslealtad al clan, sino fidelidad a
nosotros mismos. La historia no cambia, pero tenemos la posibilidad de transformar las consecuencias de un episodio amargo dotándolo de sentido.
Ver esta realidad no es grato, pero es necesario para recuperar la propia subjetividad: cerrar los ojos de la memoria afectiva lastimada cuando fuimos niños no colabora para la tarea de sanación. Es interesante introducir el término de C. Bollas: normótico. Muchas personas dicen haber vivido infancias bellas, amorosas, haber sido respetados en sus tiempos, escuchados y tomados en serio. Todo fue tan perfecto que no cabe ni una arenilla que interrumpa el clima paradisíaco construido a modo de fortaleza para no expugnar lo sufrido.
Lo normótico es una afección que consiste en ser “anormalmente normal todo se idealiza para no sufrir, pero los efectos están a la vista. Sujetos robotizados que aseguran que todo marcha bien y que nada merece critica o reevaluación.
“Si la afección psicótica se caracteriza por una quiebra en la orientación hacia la realidad – dice Bollas-, la afección normótica se singulariza por una
ruptura radical con la subjetividad”.
Una paciente en plena crisis por la separación matrimonial luego de 12 años de relación me aporta una escucha clave: llora y mientras narra su dolor presente entremezcla otro discurso contrapuesto. El relato que contrasta a su vacío actual es “la bendición de mis padres tan unidos”, “una casa en la que nunca hubo peleas”, “la hermosa vida de mi infancia y la unión con mis hermanos, la perfección del amor de mis padres.
Muy bonito… Una casa, unos padres y una perfección vivida que, sin embargo, no dotaron de estructura psíquica para afrontar el duelo que ella vive ahora como mujer adulta que atraviesa una crisis. Si ese primer refugio de confianza y respeto familiar hubiese sido tan perfecto, la crisis personal no estaría en los bordes patológicos que esta mujer de 50 años arrastra hace meses sin superar el impacto de la infidelidad sufrida, deambulando a fuerza de ansiolíticos y con recaídas violentas con dos intentos de suicidio.
Está en tratamiento psiquiátrico con medicamentos antidepresivos por un lado y, por el otro, hace dos semanas inició terapia psicogenealógica. Se encuentra en
pleno período de avance y retroceso. Por mi parte, confío en que superará este vacío, advierto que comienza a ver que estuvo siempre parada en una estrecha parcela de punto de vista. Que viene negando la realidad y que solo vió lo que quería ver. Su árbol está despejando otro paisaje. Siento que el análisis que llevamos adelante le está permitiendo hacerse cargo de su abismo actual (la decepción y tiene recursos para renacer. Para eso este duelo presente debe aceptar las heridas del pasado lejano, ahora en vías de tramitarse. Inicia una capacidad desconocida: algo que la mueve de la fijación en su paraíso construido como un juego de naipes…
Le queda animarse a dejar la medicación y volver a ser una persona autónoma. Tal vez esté muy cerca de ver y destapar el síntoma que aún la adormece con pastillas.
La toma de conciencia es aceptar que en la familia no todo fue ni tan ideal ni tan normal. Remontar escenas perdidas en el ramaje de un árbol con incestos, muertes prematuras y sumisión femenina; aceptar el reto de desidealizar, animarse a dar ese salto cualitativo respecto del clan. Esos son los primeros pasos para la recuperación del eje interior.
En consonancia con los conceptos de “dotado”, “disponible” de Miller, la idea de lo normótico viene para hacernos reflexionar sobre nuestras actitudes sordas a los reclamos del niño o niña que quedaron atrapados en la frustración ante la falta de comprensión de los adultos o la carencia del alimento afectivo.
Dime lo que llevas…
Familia y alimento se corresponden en este estadio de búsqueda e indagación. En “Caperucita Roja” no hay banquetes ni perdices, para llegar a esa etapa en la evolución falta bastante todavía. Somos niñas y no hay carne”. En esta “edad mítica” parece que la opción es vegetariana… Por ahora y según las versiones-la cesta contiene pan y leche, o pasteles y vino, o manzanas, mantequilla y torta.. Esos son los productos que se ven, o por los menos se mencionan. Pero la canasta contiene otros que permanecen tapados: secretos, y por lo tanto de lo que no somos conscientes: creencias, mandatos, guiones, lugares cristalizados, expectativas…
Llevar la cesta implica una carga: una doble responsabilidad. Por un lado, cuidarse (sola en un mundo hostil como el bosque) y por otro, cuidar la comida para la abuela. Nos preguntamos -insisto sobre lo ya anticipado—si estas actitudes nos resuenan normóticas: ¿cómo es posible que la señora madre, luego de hornear, expulse a los peligros del bosque a una niña? ¿Es una madre tonta o descuidada? ¿Cómo exponer al peligro a una cría pequeña? ¿No debería cumplir ella los deberes de hija con la anciana? ¿La madre de Caperucita funciona más como hija o como madre? Invertir los roles, ocuparse de los mayores siendo niños, encarna una situación de riesgo. La parentización, cuando los hijos se comportan como cuidadores de los adultos, implica una inmadurez del mayor y una responsabilidad fuera de lugar para el menos preparado.
Y donde lo llevas
La cesta, canasta, espuerta o cesto es un recipiente con asa central por donde se pasa el brazo para llevarla con más comodidad. Se usa para transportar objetos. Suele estar tejida con mimbres, juncos, espartos u otras plantas, abiertas o con tapas, acompañó a las protagonistas de mitos y relatos anónimos en la historia de la humanidad. Suele estar presente en santuarios y altares.
La cestilla suele aparecer ligada a los ritos de iniciación femenina en honor a divinidades de la tierra. Las ofrendas de la agricultura, sus frutas y semillas son parte de los ritos paganos en honor al espíritu que protege los cultivos de la cosecha.
Aclarado esto, el objeto central, volvamos a la escena de nuestro personaje: sale de casa cargando una canastilla con alimentos. La madre la envía con el “encargo” y le “carga” una enorme responsabilidad: cuidarse y cuidar el contenido del cesto. Pero como no sabemos en verdad lo que llevamos-además de las vituallas entregadas por la madre deberemos hacer profundos caminos para abrir la conciencia. Busquemos ayudas.
Como tantas veces, la etimología es una gran cartografia para comprender los sentidos ocultos: escusabaraja es un término sinónimo de canasta, cesta. Está compuesto por escusa y baraja, lo cual -si analizamos detenidamente el significado individual de cada uno de los componentes nos conduce de manera indefectible hacia el significado de esta palabra. Así, escusa – que no excusa proviene del latin absconsus. ‘escondido’, y baraja, en su segunda acepción en el DRAE, designa una gama amplia de posibilidades, cosas de uso común, u opciones’. De ahí escusabaraja: una cesta de mimbre, con tapa, que sirve para “esconder” una “amplia variedad de cosas de uso común”.
¿Qué “escusabaraja” (cosas escondidas) tiene en la cabeza una madre cuando pone en función el poder de un mandato dirigido a su hija, a su hijo? ¿Con
qué cargas ajenas sigue pesando la cesta que te “donaron” hace años? ¿Reflexionaste sobre la “herencia” que te tocó en suerte al asumir que serías el
portador de la canasta familiar? Dar de comer sin velar por quien parece decir el relato en todas sus versiones. El cotidiano e inocente elemento -la cesta-es
común a todos los relatos de Caperucita: puede faltar el cazador, pueden variar los alimentos, el escenario… pero nunca se omite la cesta que carga la niña.