LOS PODERES DE LA IMAGINACIÓN
Como vertiente de la imaginación, la naturaleza de las pasiones no depende de la casualidad. Si se examina con cuidado, nada en ella resulta arbitrario, pues “las ideas adecuadas y confusas se suceden con la misma necesidad que las ideas adecuadas, esto es, claras y distintas”. Derivándose de conocimientos mutilados, el orden dispuesto por la imaginación avanza mediante una infatigable obra de restauración y de integración de los fragmentos de sentido que se le presentan, de tal manera que —con base en conclusiones y generalizaciones analógicas dictadas por las pasiones— lo incierto acaba por volverse cierto y lo oscuro evidente. Por consiguiente, todos en cierto modo deliramos (esto es, estamos sometidos a perturbaciones del ánimo que distorsionan lo ‘verdadero’), una vez que integramos, según nexos conjeturales, aquel puco de relativamente cierto que conocemos con una enorme cantidad de ilaciones y de elementos desconocidos.
Sin embargo, la imaginación o las pasiones no presentan sólo una turma de conocimiento inferior que culminaría en la ratio. Esta última no es otra cosa que el segundo nivel de la cupiditas, y es una expresión todavía parcial e imperfecta del deseo. Perdura en ella una huella del esfuerzo tendiente a la represión de las pasiones. Dado que la pasión puede, de acuerdo con Espinosa, ser vencida sólo por una pasión más fuerte, la razón misma no es (bajo este perfil) sino la más fuerte e iluminada pasión de mando y de orden. La cumbre del deseo —el deseo realizado— está representada por la “ciencia intuitiva” o amor Dei intellectualis, conocimiento de las “cosas particulares” y máxima expresión de la vis existendi.
Admitida la imposibilidad de extirpar el orden de la imaginación (porque ella, diría Bachelard, es toujours /eune y sus productos brotan hasta de las raíces cortadas) y suponiendo en cambio que exista la oportunidad de reducir su alcance conociéndolo, nace otro problema: ¿se puede sostener que la imaginación, como primer escalón del conocimiento, corresponda genéticamente al origen del esquema de concatenación de las ideas racionales, o bien que —apenas formulado un razonamiento— también la imaginación siga a su vez las huellas? Espinosa acepta esta última posición, sin excluir la anterior. Sólo respecto a un grado más alto de verdad y a una concatenación ‘objetivamente’ más constringente y explicativa de los nexos entre las ideas y entre las cosas (que sin embargo se presenta como ‘subjetivamente’ más libre y creativa) es lícito equiparar el intelecto a las “ideas verdaderas” y la imaginación a “las ficticias, las falsas, las dudosas”.
El mismo razonamiento podría aplicarse al paso del segundo al tercer género de conocimiento. En la ciencia intuitiva, que ha abandonado las actitudes hiperdefensivas de la razón, persisten por lo demás, de manera significativa, contenidos característicos de la imaginación. Ésta no sólo “acompaña” al conocimiento adecuado o resulta “auxiliar”, sino testifica también, a su pesar, el tranquilo poder del tercer género de conocimiento, tan fuerte y seguro de sí que deja libre acceso —porque ya no los considera peligrosos— a aquellos poderes imaginativos que la razón todavía rechaza como una asechanza a su capacidad e integridad.
El espectro en el espejo
De este planteamiento espinosiano se derivan algunas consecuencias importantes: que los productos de la imaginación —o las pasiones— pueden ser conocidos con una necesidad igual a aquella de las ideas racionales; que no debiéndose considerar las pasiones “como vicios, sino como propiedades de la naturaleza humana”, su coherencia interna no elimina el carácter conflictivo, así como la individuación de las leyes que gobiernan las turbulencias atmosféricas o la formación de los rayos no suprime la peligrosidad para los hombres; que si coherencia y conflicto atañen a afectos, más que a representaciones (o mejor a representaciones revestidas afectivamente y afectos comprendidos mediante ideas inadecuadas), se generan órdenes coherentes v al mismo tiempo conflictivos también de afectos (y no sólo de representaciones).
Como no son vicios, así —desde el punto de vista de las ideas inadecuadas— los resultados de la imaginación no constituyen ni siquiera simples falsedades. En efecto, imaginar las cosas significa tenerlas realmente presentes, en cuanto las imaginaciones del espíritu, consideradas en sí y en caso de que no sean desmentidas, no contienen error. Por consiguiente, Espinosa no opone la realidad a lo imaginario, sino la calidad de lo imaginario a la realidad concebida por el conocimiento racional o por el intuitivo. Se conoce según órdenes diversos, que corresponden a una diferente potencia de existir, pero no se entra en mundos diferentes; más bien cada grado sucesivo translitera y reformula, volviendo más convincentes y menos rígidos los contenidos de los estadios que lo preceden, englobándolos en el propio orden específico.
La imaginación es en general tanto más fuerte y despótica cuanto más reducido es el conocimiento de las cosas. A este nivel, individuos y pueblos se ven obligados a pensar de manera mitológica o supersticiosa, de tal manera que “pueden fingir muchas cosas, por ejemplo, que los árboles hablen, que los hombres se conviertan de manera instantánea en piedras, en fuentes, que en los espejos aparezcan espectros, que la nada se vuelva algo, también que los dioses se conviertan en bestias y en hombres y otra infinidad de absurdos de este género” . Percibiendo fenómenos que fungen como pedernales de la mente y luego elaborándolos nuevamente de manera vertiginosa con ánimo “perturbado y conmovido” al estilo de Vicco para sacar de ahí un sentido acabado, la imaginación se enciende y relumbra, extendiendo el propio poder y encontrando alimento en las zonas más o menos amplias de incertidumbre de la vida de los hombres y en la consecuente ignorancia de las causas de los acontecimientos.
Sin embargo, al momento que se conciban ideas adecuadas, la imaginación se debilita. Así, por ejemplo, una vez advertida la naturaleza de los cuerpos será imposible imaginarse “una mosca infinita”. Limitando la potencia omnívora de la imaginación, los hombres se adaptan mejor al mundo y se encuentran más frecuentes motivos de satisfacción. Por lo demás, si la palabra no fuese condicionada por polémicas a las que el mismo Espinosa ha ofrecido su contribución, se podría decir que el hombre se vuelve más ‘libre’ (si así llamamos a quien —habiendo aumentado el propio conocimiento de las cosas, esto es, el número de las ideas adecuadas— disminuye paralelamente la propia dependencia de las pasiones y de las causas externas) Por consiguiente, él no acepta el mero fatalismo, el abandono perezoso al destino, como se ha expresado repetidamente. Reconoce que los hombres están a menudo en botín de fuerzas que escapan a su control (pasiones e ideas inadecuadas, terremotos, enfermedades, etc.), pero añade que, esforzándose por comprender adecuadamente las causas, pueden también disminuir la propia dependencia de sus efectos, aun sin poder ciertamente anularlos.
Tal esfuerzo implica que los individuos —separados y vueltos a menudo enemigos de la multiplicidad y del entrelazamiento de las pasiones— puedan avanzar sobre el terreno del orden común y compartido por la razón, se vuelven conscientemente más activos y encauzando aquel que ahora aparece con claridad como ímpetu arbitrario de la imaginación y de las pasiones. En el último y más alto escalón del conocer y del desear —el amor intelectual— la razón revela finalmente la propia necesaria limitación e inadecuabilidad: su orden aparece demasiado obligado y poco elástico aunque capaz de comprender la universalidad de la ley pero no de hacer justicia al conocimiento intrínseco de las res particulares, que presupone un orden abierto y una coherencia innovadora.
La fuerza victoriosa del deseo que pasa a través de las resistencias metaboliza las pasiones en afectos, transformándolas en energías que conducen, sin sacrificios inútiles, hacia una mayor seguridad, alegría y beatitud. Al mismo tiempo libera la rígida ‘musculatura’ de la razón y de la voluntad modificando la actitud sustancialmente cerrada, todavía marcada por el miedo frente al desorden de las pasiones. Por consiguiente, la transido de una perfección menor a una mayor no acontece ni a través del recurso a la gracia divina o al hado, ni a través de la represión, la ascesis y el impulso místico o la pura fuerza de voluntad. En virtud de la potencia intrínseca de un deseo que aumenta tanto más la propia lucidez, cuanto más aumenta su poder, en efecto, se pasa sucesivamente de las ideas confusas y mutiladas de la imaginación a aquellas generales y abstractas de la razón y, finalmente, de éstas a la claridad y distinción superior de la ciencia intuitiva (que, sin embargo, no renuncia a las ventajas y a los instrumentos de las fases recorridas). El mismo proceso aparece, bajo otro perfil, como “enmendación de las pasiones y del intelecto, esto es, como reintegración de las lagunas y de las mutilaciones del sentido, eliminación de las oscuridades y de las confusiones, restablecimiento de cadencias y nexos más seguros y demostrables. Análogamente a la lectura de un texto ya gravemente corrompido y luego restaurado, la visión de la dinámica total de los deseos propios y la comprensión de los posibles caminos de su realización en un espacio de tiempo no restringido aparece así más evidente. El tumulto de las pasiones se aquieta, no porque reduzca guardándose en una especie de presa muerta, sino porque “al contrario” el conatus que la animaba —en vez de dispersarse infructuosamente o de anularse por elisión en una lucha paralizante y deprimente— se proyecta hacia lo alto, arrastrando un diagrama que muestra todavía oscilaciones, pero se consolida para siempre sobre las crestas elevadas de la vis existendi.
Me encanta el postulado que afirma que la imaginación, como todo lo demás, no obedece a la casualidad. Y me llama la atención en primer lugar porque entendemos que lo que imaginamos (el contenido) obedece a estructuras de pensamiento predominantes en el individuo. Es algo así como: “somos dueños solo de lo que callamos y lo que hablamos ya no nos pertenece” pero aplicado a la imaginación seria: “somos dueños de lo que imaginamos, cuando dejamos de imaginarlo ya no nos pertenece”. Digo esto porque la imaginación es una fuente de individuación muy particular, claro esta, si la usamos con ese propósito, configurar nuestra realidad particular.
Las pasiones son el motor, sin ellas no hay movimiento o dinámica en la materia y la imaginación hace lo mismo, pero en nuestra mente, es el motor de la mente.
Tal vez hemos indagado muy poco acerca de la profundidad y utilidad de la imaginación humana. Creo que aún estamos lejos de comprenderla y menos aún de usarla intencionalmente. Sin embargo, me convenzo que la imaginación es un medio muy útil para trascender nuestras barreras mentales.
Gracias Jaime … siempre tan importantes tus aportes como siempre .. está comprobado científicamente que el cerebro no tiene como identificar qué es lo real y qué es lo imaginario .. las redes sinápticas actúan de la misma manera en las dos formas .. estamos acostumbrados a no validar lo que imaginamos por el simple hecho de que es más fácil creer en lo tangible, que es un granito de arena a la hora de crear .. creamos con la imaginación mucho más allá de lo que podemos imaginarnos 😊. Sólo hay que tener una idea feliz ! la tan trillada metáfora de Peter Pan sobre el niño que nunca quería crecer me parece a veces tan ilógica .. la enseñanza tiene más que magia ! Contiene todos los secretos de la alquimia del alma .. Peter Pan sólo necesitaba una idea feliz para volar .. eso significa que la felicidad contiene la más alta de las vibraciones, por añadidura si alguien es feliz está más que agradecido.. Felicidad más Gratitud es la fórmula perfecta para que nuestra intención sea lo suficientemente sólida para hacernos crear .. sin preguntas .. sólo sintiendo ..