El corazón es el eje de todos los sitios sagrados Ve allá y explora.
BHAGAVAN NITYANANDA
En el inconsciente familiar se cuecen habas de todos los colores: habichuelas mágicas, guisantes para princesas astutas, migas de pan para orientar el camino, calabazas que no se comen, pero que salvan del “hambre” emocional, manzanas que seducen y ocultan venenos, pasteles mágicos del mundo de Alicia y sus brebajes que hacen crecer o encoger, pociones y sopas de tortuga. Hierve en el caldero de las generaciones, con mil aromas en fuegos milenarios, una misma sopa: esa con sabor a “nuestra tribu”. Me gusta pensar que el modelo mítico de caldero con tres patas responde a los tres momentos básicos de sucesión en un árbol genealógico: abuela, madre, hija. Abuelo, padre, hijo. Que la tarea de investigación sea, pues, una invitación al festín, al banquete, a la mesa tendida para comer los mejores manjares: el conocimiento y la exploración de uno mismo. Por eso la metáfora que guía estas reflexiones se centra en la comida y sus acciones paralelas. ¿Por qué? Porque muchas veces los débiles son carcomidos por el miedo, las hermanas malas hacen “comidilla” criticando a Cenicienta, el dragón engulle al héroe, la ballena se traga a Jonás, la princesa saborea el beso, el fuego se devora al malvado.
Bulimia de sometimiento y anorexia de lazos amorosos es lo que encuentro en las voces de los consultantes. De esa experiencia tomo el concepto clave – – Alimento – que funciona como eje, que es abarcador y extenso: implica nutriente básico (leche) y manjar (golosinas), nutriente biológico (pan) y espíritu (palabra); modos de cocinar lo crudo y repartir el sustento; servir una mesa según la lógica del tiempo y la posibilidad de transgredir el orden; rituales de ceremonias palaciegas y platos humildes.
Cada etapa entraña los sabores que nos impregnaron la lengua de la infancia (por sabor y por lenguaje) y nos siguen marcando los ingredientes más destacados de nuestro modo de ser en el presente. Esto implica a la vez un modo de ser, amar, elegir, resolver, adaptar, creer. También, un modo de leer.
Dado que los relatos pueden tomarse desde la perspectiva que cada línea de interpretación personal sugiera, les propongo hacer del corpus seleccionado un corte en el eje “alimento “. En sentido amplio, amplísimo: desde el trozo de harina y agua que amasa, guiso que se revuelve, ollas que se destapan, aromas que despiertan sentidos, ” magdalenas proustianas “que provocan recuerdos, sabores amargos que rechazamos, arrorró que nos atraganta o murmullo de leche que nos acuna, pan y cebolla, recetarios secretos para dolores de panza, menú infinito, manteles con olor a limpio, platos rotos, cacharros heredados … cada cual arme ” su cocina “, ese espacio que desde hace siglos nos nutre en los diferentes calderos de la imaginación.
Leer/ Comer : Como dice Pennac, “Dar de leer es una acción tan amorosa como dar de comer”. Desde ahí, señalaré un itinerario de lectura que permita reconocer los sabores familiares impregnados en cada sujeto y reinventar ingredientes nuevos; usar los viejos utensilios, pero no dudar ante la posibilidad de apropiarnos de herramientas ” sin pertenencia ” a mi grupo; y por fin mantener la conciencia ardiendo de lucidez, los leños crepitando, los fogones incandescentes transformando la materia.
Alimento e Intemperie
Regresemos nuevamente con la memoria afectiva a nuestros orígenes. y más lejos hasta donde la imaginación y los relatos de los ancestros nos hayan llegado. Y más lejos aún : lo que sabemos porque se ha transmitido a través del inconsciente psicogenealógico.
¿Qué comíamos de niños ?, ¿Qué comieron (y qué no comieron) mis mayores? ¿Somos capaces de observar el menú?, ¿ De qué disponemos? Vegetales y carnes. Caldos y brebajes. Y fuegos que arden para calentar, quemar, purificar, vengar y redimir.
¿Qué cena de la infancia trae el resplandor de la memoria y nos devuelve un mapa de emociones? ¿Es la falta de comida argumentada por los padres de Hansel y Gretel? ¿Es la perturbadora mano de Blancanieves tomando la fruta fatal de la falsa anciana? ¿ Crees que siempre que dejemos señales de pan los pájaros se las llevarán?
Muchos mandatos están ligados a este eje poderoso de sentido, el alimento. Los mayores nos taladran con sus mensajes mudos que gritan profesiones, vocaciones, oficios; modos de esperar ” que llueva café en el campo o salir a ganarse el pan con sudor propio; hay quienes enseñan a generar condiciones para pescar y quienes regalan el pescado ( a veces, podrido). Existen mandatos de enfermarse porque hay una presa que nunca se logra cazar, o se caza y se atraganta, o se traga y no se digiere. A algunos les marcan a fuego que deben ” sostener la olla “, a otros que deben estar atentos para dar la primera cucharada; hay padres que transmiten la austeridad de sus abuelos y otros que – pasadas las generaciones sucesivas – transforman esa expectativa de carencia en generosidad y abundancia. Están quienes creen que hay que ganar todos los terrenos para sembrar aunque haya que hacer harina al prójimo y , por suerte, están los que plantarían un cerezo aunque supiesen que mañana se acaba el mundo.
En algunas familias quedó inscripto el desarraigo: dejar la patria para no morir de hambre; y no faltan los que se duelen tanto ante la intemperie propia como la ajena; algunos viven tan secos como la suela de las botas que lamían sus ancestros combatientes en las guerras para calmar el hambre, pero otros dan vuelta ese mandato y escriben libros con recetas de cocina de sus antepasados, cuidan el medio ambiente para que el alimento no se intoxique de agroquímicos o se dedican a organizar comedores para niños y ancianos que sufren de hambre.
Todo habita en esos mandatos, callados mensajes que oímos como truenos mientras se tiende la mesa familiar, se cuelgan las sábanas recién lavadas, se prepara la fiesta de Navidad o se planta orégano en una maceta de balcón …
Necesaria Aclaración
Es preciso que haya algo en el significante que nos resuene.
J.Lacan
Las cosas nunca son blancas o negras. Los mandatos no son buenos ni malos, depende de cómo los vivamos, con qué intensidad de filiación, con cuánto compromiso personal, si es respondiendo a otros con ciega lealtad o respondiendo a la libertad de elegir. Si nos sentimos realizados o sentimos que estamos oprimidos como un elefante en traje de bailarina clásica.
Todo depende del cristal con que se mire. Un vaso de vidrio con café es un vaso color oscuro y opaco; con jugo de frutillas, será rojo y brillante. Es el mismo vaso y, según cada cual ” se llena ” de un color u otro. El vaso es universal y colectivo, lo llamamos junguiano. El ” color ” depende de cada historia familiar, de cada individuo, de las historias personales, lo llamamos transgeneracional.
Ninguna interpretación da un sentido, ni es imperativa, normativa, de diccionario o registra una verdad única. Interpretar es orientar posibles equívocos, provocar la sugestión, intuir nuevos sentidos, conmocionar lo sabio, escarbar en tierras ignotas, ” producir oleaje”, es la lograda expresión que usan el psicoanalista francés cuando indica la necesidad de que ” algo nos resuene ” .
Por lo tanto, este abanico de imágenes – aún con su base colectiva y universal – es subjetivo, discutible y motivador de nuevas búsquedas. Todo significado es siempre parcial, aproximado, provisorio. En cada caso hay un resto de resonancia que es única y personal. Algo de lo dicho y lo no dicho hace eco de manera particular en el inconsciente de cada sujeto. En esa libertad se conjuga el sentido. Toda interpretación, por eso, despierta interrogantes. Está más cerca de la poseía que de las certezas.
Se abre el telón y aparecen los personajes de esta galería ancestral …