¿Somos libres en nuestra mente?
LA TESIS DE SARTRE: CONDENADOS A SER LIBRES
¿Somos libres para pensar? ¿Pensamos lo que queremos y cuando queremos? Espere, no se apresure a responder. Considere el pensamiento, lo que piensa y cómo piensa. Alguien puede cuestionar: “Soy libre en mi mente, mis pensamientos se someten a mi voluntad”. ¿Será así?
El filósofo francés Jean-Paul Sartre defendió una de las tesis más inteligentes de la filosofía: el ser humano está condenado a ser libre. ¿Estaba en lo cierto o fue un ingenuo romántico al defender esa tesis? ¿Somos libres dentro de nosotros mismos?
Si miramos el comportamiento externo, no hay duda de que Sartre estaba en lo correcto. El cuerpo de un presidiario puede estar confinado detrás de las rejas, pero su mente es libre para pensar, fantasear, soñar e imaginar. Si su Yo no está entrenado para reflexionar sobre sus errores, el castigo no será pedagógico de ninguna forma. Por el contrario, los fenómenos que constituyen las cadenas de pensamiento harán una lectura multifocal de la memoria a lo largo de días, meses y años, construyendo imágenes mentales sobre fuga, túneles, acortamiento de la pena; en fin, todo para escapar de una cárcel más grave que la prisión física: la de la angustia, del tedio, de la ansiedad asfixiante. Quien construyó las prisiones a lo largo de la historia o estudió el proceso de construcción de pensamientos, no entendió que la mente jamás puede ser aprisionada.
¿Por qué caen los dictadores, por más brutales que sean y por más que intenten someter a su pueblo con mano de hierro? Porque nadie puede controlar el movimiento del Yo y sus ansias de libertad.
Un bebé querrá dejar los brazos de su madre para explorar el mundo. Un adolescente se arriesgará a hacer nuevos amigos, aunque sea tímido. Una persona con una fobia se alejará del objeto fóbico; en fin, irá al encuentro de su libertad. Desde ese ángulo, Sartre tenía toda la razón: el ser humano está condenado a ser libre.
Su tesis establece, incluso, los derechos y obligaciones civiles de los ciudadanos en las sociedades democráticas. En ellas, tenemos la libertad de expresar nuestros pensamientos, de ir y venir. Pero si por un lado ansiamos con desesperación ser libres, por otro, al observar con atención el proceso de construcción de pensamientos y las sofisticadas trampas que éste encierra, veremos que la tesis de Sartre es ingenua y romántica. Por desgracia, no somos libres como nos gustaría serlo en el ámbito del intelecto. Así, las peores cárceles, las más terribles prisiones, las más apretadas esposas pueden estar dentro de nosotros mismos. Veamos.
EL YO ES EL REHÉN DE UNA BASE DE DATOS
Construimos pensamientos a partir del cuerpo de información archivado en nuestra memoria. Todas las ideas, la creatividad y la imaginación nacen de la unión entre un estímulo y la lectura de la memoria, que opera en milésimas de segundo. El Yo no tiene consciencia de esa lectura y organización de datos a alta velocidad que ocurre tras los bastidores de la mente, sólo del producto final representado en el escenario, es decir, de los pensamientos ya elaborados.
Un cuadro, los personajes de una película o de un libro, por poco comunes que sean, fueron gestados con base en los elementos contenidos en la memoria de su autor. Y la memoria es un producto de nuestra carga genética, del útero materno, del ambiente social, del medio educacional y de las relaciones de nuestro Yo con la propia mente.
Los miles de experiencias que forman parte de nuestro banco de datos de la primera infancia, como rechazos, pérdidas, contrariedades, miedos, fueron producidos sin que pudiéramos controlarlos, filtrarlos, rechazarlos. Claro que hoy, como adultos, tomamos decisiones, adoptamos actitudes, pero nuestras elecciones están determinadas por la base de datos que ya tenemos y, por lo tanto, nuestra libertad no es tan plena como pensaba Sartre.
Un hombre, que tal vez sea el mayor educador de la historia, contemplaba esa limitación de manera clara y asombrosa. Cuando estaba muriendo en la cruz, hace más de dos mil años, dijo algo sorprendente: “¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!”. Un análisis no religioso sino psicológico y sociológico, demuestra que la afirmación contiene un altruismo sin precedentes. Pero, al mismo tiempo, parece inaceptable su actitud de proteger a los verdugos.
Los soldados romanos sabían lo que hacían, cumplían la orden condenatoria de Pilatos. Sin embargo, para el maestro de maestros, los pensamientos que ellos construían eran, por un lado, fruto de la libre elección y, por otro, rehenes de la base de datos de su memoria, de la cultura tiránica del Imperio romano. Cumplían órdenes, no eran por completo autónomos ni dueños de su propio destino. Eran prisioneros de su pasado, “esclavos” de su cultura.
La cultura es fundamental para la identidad de un pueblo, pero si nos impide ponernos en el lugar del otro y pensar antes de reaccionar, se vuelve esclavizante. Para el maestro de Galilea, detrás de una persona que hiere siempre hay una persona herida. Eso no resolvía el problema de sus opositores, pero sí su problema. Él protegía su mente. Su Yo no cargaba con locuras y agresividades que no le pertenecían. Su tolerancia lo aliviaba, aun cuando el mundo se desmoronaba sobre él.
EL YO PUEDE SER DOMINADO POR EL FENÓMENO DEL AUTOFLUJO
No dejamos de ser libres sólo porque somos rehenes de nuestro pasado, de la “libertad circunscrita a una historia existencial”. Aun dentro de esa base de datos, no tenemos plena libertad de elección, como pensaba Sartre. Imagine que tenemos millones de “ladrillos” en nuestra memoria, que provienen de la carga genética, de la relación con los padres, hermanos, amigos, de las experiencias en la escuela, de la información de los libros, del proceso de introspección. No hay duda de que tenemos libertad de elección para utilizar esos ladrillos y construir emociones y pensamientos a voluntad del Yo, pensamientos que acusan, discursan, analizan, acogen, critican, aceptan, aman, odian.
A no ser que alguien tenga un brote psicótico o esté bajo el efecto intenso de una droga, o sea un niño incapaz de tener consciencia de sus actos, el ejercicio de escoger y utilizar los ladrillos de la memoria está preservado. Pero, a pesar de la libertad del Yo para acceder y utilizar información para construir cadenas de pensamientos bajo su responsabilidad, hay fenómenos inconscientes que construyen pensamientos y emociones sin su autorización. Si esos fenómenos en verdad existen, eso cambia en forma drástica nuestra comprensión sobre quiénes somos, el Homo sapiens.
¿Usted entraría en una aeronave a sabiendas de que hay un terrorista a bordo que podría someter al piloto y hacer caer el avión? Hice esa pregunta a una audiencia de médicos. Claro, todos dijeron que no. En seguida pregunté: “¿A quién le gusta sufrir, angustiarse?”. Por fortuna, no había ningún masoquista presente. Y continué: “¿Quién sufre por anticipado?”. Casi todos en el auditorio se manifestaron. Entonces expliqué que, si equiparamos a la mente humana con la más compleja aeronave, y al Yo con el piloto, su aeronave mental estaría en caída libre. Les dije: “Si su Yo no es masoquista, si nadie se daña ni procura lastimarse, ¿por qué, entonces, sufrir por anticipado? Si el Yo no produce esos pensamientos perturbadores, ¿quién? La conclusión es que hay un terrorista a bordo, hay un copiloto saboteando la aeronave mental”. ¿Quién es ese copiloto? Yo lo llamo el autoflujo. Más adelante lo investigaremos con mayor detalle, pero antes afirmo que tal fenómeno inconsciente es de vital importancia para la psique humana, la creatividad y el placer de vivir, pero puede perder su función
saludable y aterrorizarnos. Así, es el gran responsable de producir el Síndrome del Pensamiento Acelerado.
Al fin, los médicos comenzaron a entender que la tesis de Jean-Paul Sartre no se sustentaba. Nuestro Yo es libre para pensar, para organizar los datos de su memoria, pero, al mismo tiempo, hay fenómenos inconscientes, que hasta entonces no habían sido estudiados por otros teóricos, que producen pensamientos sin la autorización del propio Yo y que pueden sabotearlo, esclavizarlo o encarcelarlo.
No podemos hablar de que estamos condenados a ser libres. No estamos solos en la aeronave mental… Podemos y debemos ser educados para ser autores de nuestra historia, pero esa libertad se conquista y tiene sus límites. La historia de la humanidad, con sus innumerables injusticias y atrocidades, es un ejemplo claro de eso.
Continuaremos con este artículo el Domingo que viene .. Buen comienzo de mes ! 😊