UN PUENTE ENTRE DOS MUNDOS
Hasta ahora, mi defensa del pensamiento mágico no se ha alejado mucho del bien cercado dominio del cerebro y el cuerpo que este controla. Sin embargo, a veces creemos .que nuestros pensamientos influyen sobre acontecimientos que están mucho más allá del alcance de las señales nerviosas. El estudio de la parapsicología ha establecido aquí una vacilante especie de credibilidad. Casi todos tenemos premoniciones que se toman realidad, pero como ya apuntamos, el pensamiento mágico va más allá de las percepciones extrasensoriales y la precognición cuando hace que, al parecer, la gente o las cosas de “allá afuera” se muevan de acuerdo con nuestra voluntad.
Puesto que hay tanto miedo y tantos prejuicios en torno de esto, es el tipo de magia final que me gustaría demitificar. Si otra persona ejecuta el pensamiento que hemos tenido, eso no significa que sea un autómata o que hayamos invadido su libre albedrío. Estos son miedos reflejos que surgen en la mente, reforzados por la creencia “racional” de que cada persona ocupa en el tiempo y en el espacio una porción completamente aislada.
Supongamos por un momento que esto es un prejuicio. Si sostenemos en la mano un pequeño imán en forma de herradura, su carga es sumamente pequeña y, al parecer, está aislada. Pero el imán no tendría carga alguna si no existiera el inmenso campo magnético de la tierra; existe un vínculo invisible entre los dos y más allá. La tierra no podría estar magnetizada sin el campo magnético del sol; el sol depende de los campos similares de la galaxia y así hasta el infinito. El resultado final es que el imán sostenido en la mano está
entrelazado con el plan de todo el universo.
La secuencia evolutiva que lleva del big bang a mi mente es tan continua como la que lleva al imán en forma de herradura. Aunque cada pensamiento de mi mente es muy pequeño, emerge de entre los miles de millones de pensamientos potenciales que una persona podría tener. Y estos se basan en millones de años de evolución humana, que llevaron a la estructura actual del cerebro. La evolución, a su vez, depende del despliegue de todo el universo, a partir del big bang. Por lo tanto, un solo pensamiento puede ser considerado como una pequeña saliente en un campo universal.
La diferencia crucial, por supuesto, se basa en que el campo electromagnético se puede medir en millones de años luz; en cambio, nadie ha demostrado que el cosmos tenga mente.
Preferimos creer que la inteligencia llegó tarde al escenario, en el último minuto de la undécima hora, dentro de la vida conocida del universo, y que nuestra inteligencia es un brote especial de ese acontecimiento sumamente aislado. Por cierto, descontando un puñado de biólogos evolucionistas, la ciencia se maneja muy bien sin tener que enfrentarse al espinoso asunto de cómo y dónde se inició la inteligencia.
Si enfocamos aquí el tema es porque el pensamiento mágico parece presentar muchas de las características de un campo energético. El campo electromagnético del universo es invisible, omnipresente y capaz de reaccionar al más leve cambio dentro de sí. Cuando el polo magnético de la tierra se mueve, todas las brújulas del planeta lo siguen; a la recíproca, si sacamos una brújula del bolsillo el campo magnético de la tierra se ve afectado en una minúscula cantidad. En pocas palabras, ninguna parte del campo puede moverse sin mover el
todo.
Si trasponemos este conocimiento a la mente, eso significaría que cada uno de nuestros pensamientos afecta a todas las otras mentes, no porque ejerzamos poderes psíquicos, sino porque cada mente es una pequeña parte del campo. Lo que presento aquí es un paradigma
radical y tengo toda la intención de seguido en sus muchas ramificaciones. Pero si pasamos por alto las enormes disyuntivas que se alzan ante nosotros, la idea de pertenecer a una inteligencia intervinculada es la conclusión lógica del argumento de que la realidad “de aquí adentro” está conectada con la realidad “de allá afuera”. Pues, ¿cómo pueden ambas conectarse mejor que por medio de la inteligencia?
Si la mente de una persona participa en un creativo toma-y-daca con el mundo (tal como deducimos al estudiar la percepción), debe de existir algún territorio común. Parece absurdo asegurar que la mente de alguien puede afectar a un canto rodado o a un árbol pero la
actividad mental, dentro de nuestro cerebro, está alterando constantemente la estructura de los elementos químicos cerebrales. Estos elementos químicos se componen de moléculas y átomos, tal como los árboles y los cantos rodados. El solo hecho de que un átomo de carbono se aloje en la materia gris de nuestro cerebro no lo acerca más a la mente que si residiera en un árbol. Aún tenemos que lidiar con el abismo infranqueable entre materia y mente.
El pensamiento mágico nos proporciona la evidencia de que vivimos tendiendo puentes sobre ese abismo. En realidad, esta imagen linear es demasiado estática, puesto que los campos energéticos palpitan constantemente de vida. Se acerca mucho más a la verdad decir que la mente y la materia se unen en una danza, moviéndose juntas por instinto, sabiendo sin hablar dónde caerá el paso siguiente. Para dar vida a esta metáfora puedo presentar a Sheila, una inglesa de unos cincuenta y cinco años que fue profundamente afectada por un pensamiento mágico.
Hace treinta años, cuando apenas salía de la escuela religiosa, Sheila concibió un hijo fuera del vínculo matrimonial. Sus familiares, católicos devotos, no podían aceptar ese embarazo. La misma Sheila comprendió que no estaba preparada para criar sola a un niño y, aunque la afligía renunciar a su bebé, decidió dado a luz y permitir que las agencias de adopción le buscaran un hogar. Según me contó en una carta notable.
-Vi nacer a mi bebé en el espejo que pusieron a los pies de mi cama. Recuerdo mi sensación de maravilla, entusiasmo y triunfo cuando apareció ese hermoso varoncito. Recuerdo también la sensación de pérdida que me produjo no tener con quién compartir esos
sentimientos.
“En cuanto mi bebé nació los dos nos echamos a llorar. Yo lo estreché contra mi corazón, tratando de que eso nos consolara a los dos y de sentir cómo latía su corazón, al unísono con el mío. Por seis días lo alimenté con biberón, mientras los lentos e implacables procedimientos de adopción se hacían cargo de nuestras vidas. No recibí ningún asesoramiento sólo se me dijo que yo, ‘pobrecita querida’, debía olvidarme de lo ocurrido, salir y comenzar de nuevo. En mi alma se asentó un dolor profundo.”
Habían hallado una familia adecuada para su bebé. Sheila accedió a no interferir durante sus años de desarrollo, a que el niño ignorara hasta su existencia. A cambio pidió que se le conservara el nombre que ella le daba: Simón. Respetó su promesa por veinte años, aunque la separación se le fue haciendo más difícil de soportar con el correr del tiempo. Nunca pudo tener otro hijo, pues temía repetir el intenso trauma de su primera experiencia.
Por fin, cuando Simón cumplió los veintiún años, Sheila decidió regresar a Inglaterra desde el extranjero y solicitar una entrevista con él. Como no conocía el paradero de la familia adoptiva, contrató a una agencia de detectives para que se encargara de la investigación.
Mientras tanto se retiró a Oxford, a la casa de unos viejos amigos. Entonces ocurrió algo que lleva el relato de Sheila a una nueva esfera.-Para pasar el tiempo, daba largas caminatas por entre los soñadores chapiteles de Oxford. Me cautivaba el aire medieval de la ciudad. Una tarde, después de visitar Christ Church College, descendí por las praderas hasta la orilla del río. Un equipo de ocho remeros de Oxford estaba practicando a poca distancia.
“De pronto me corrió por la espalda una sensación escalofriante. Sin motivo alguno la adrenalina comenzó a bombear, se me pusieron las palmas sudorosas y se me secó la boca. Mi mente estaba muy alerta y oí resonar en mis oídos la palabra ‘Simón’. Regresé corriendo a casa de mis amigos, estupefacta, y me tendí en el sofá, frente al fuego. Tenía mucho frío; me sentía estremecida y confusa. De algún modo, supe que mi hijo estudiaba en Oxford y que, esa tarde, lo había visto remando en el río.”
Me sobrevino una segunda oleada de esclarecimiento y dije en voz alta: ‘Sé algo que no debería saber. Está estudiando medicina. Simón sigue los pasos de su abuela.’ [La madre de Sheila era médica internista.] No tenía idea de dónde se originaba ese estado de conciencia
elevada.
Sus amigos se apresuraron a conseguir una lista de inscritos en la universidad: tal como ella había intuido, allí figuraba el nombre de su hijo. Esa extraña adivinación inquietaba a Sheila, pero como no sabía qué hacer, no hizo nada. La agencia de detectives la llamó para darle informes que confirmaban otros detalles de su intuición y se asombraron de que ella ya los conociera.
Nuestro estudio convencional de la sicología humana no puede explicar este suceso; sin embargo, no dudo de que Sheila “magnetizó” el hecho, atrayendo hacia sí al hijo perdido que tanto había ansiado recobrar. Era como si toda su frustración acumulada ya no pudiera ser
contenida. Tenía que liberarse, y para hacerla derribó la barrera artificial entre la realidad interna y la exterior.
Existe en la historia de Sheila otro detalle que me provoca una sensación de sobrecogimiento y gratitud a la par. Según resultó, sus misteriosas captaciones no condujeron a un feliz reencuentro con Simón. La familia adoptiva presionó enérgicamente al muchacho para que rechazara la súbita aparición en su vida de esa mujer no deseada. Pasaron otros nueve años antes de que madre e hijo hallaran el coraje mutuo para reunirse y aceptarse mutuamente.
El reencuentro emotivo se produjo en 1989, cuando Simón, que ya estaba practicando la medicina en Oxford, invitó a su madre a visitarlo. Pese a sus temores, Sheila vio cumplida su mayor esperanza: fue aceptada por lo que era, en sus propias condiciones, y bien recibida como parte de la familiar de Simón. Poco después de llegar a la casa del joven, su hijo sugirió que salieran a caminar por los bosques, cerca de su antigua facultad. Por casualidad, eligió la misma ribera en la que Sheila había visto, años antes, al equipo de remeros. Entonces ella le habló de su intuición y él escuchó, mesmerizado.
-Es cierto -dijo, con voz entrecortada-. Ese día yo estaba remando, sí, y recuerdo que, al levantar la vista, vi a una mujer sola en el ribazo. Se me erizó el pelo de la nuca y me cosquilleó la espalda; quedé muy agitado. Ella parecía estar observándome. Y a la cabeza me
vino este pensamiento: “Es tu madre.” Sheila y Simón quedaron en silencio. Para ellos era imposible comprender cómo habían sido reunidos, pero ambos sentían que había ocurrido algo sobrenatural. “Caminamos hasta la capilla de Merton College”, dijo Sheila. “Simón me sacó los guantes y me retuvo suavemente las manos mientras rezábamos, agradecidos. El susurró: ‘Estoy azorado. Es como una primera cita de amor.’ Yo me eché a reír y las lágrimas nos corrieron por las mejillas, suaves y silenciosas. Fue como si enjugaran el dolor de mi corazón, dejando sólo amor y perdón. No sabía con certeza quién o qué había sido perdonado, pero en ese momento me sentí libre de mi viejo enfado y de mi soledad.”
El relato de Sheila es extraordinario, pero creo que ilustra un fenómeno mucho más amplio. El mundo de “aquí adentro” está hecho para fluir hacia el de “allá afuera” y fundirse con él; si nos oponemos a ese fluir, no hacemos sino postergar el día en que la mente busque el exterior para restaurar el plan natural de las cosas. Esto debe de ocurrir, de modos grandes o pequeños, con mucha más frecuencia de la que notamos o queremos admitir. Es preciso creer que el pensamiento mágico es un acto de curación y que, por lo tanto, las mentes más mágicas son las más saludables.
Me encanta el artículo, nos recuerda que no hay varias mentes sino una sola mente pero que dicha mente está compuesta por innumerables pensamientos individuales, de allí la creencia de tener mentes separadas.
Sin embargo, cuando comprobamos dicha unidad, fenómenos como la muerte incluso cobran otro significado, pues trascienden la esfera de lo físico y de lo racional.
Recordamos que si es prudente observar y cuidar nuestros pensamientos pues estos no sólo influyen en nuestra experiencia individual sino en la humanidad completa. No debemos olvidar sin embargo, la importancia de la razón, la lógica y el sentido común pues sin ellas caemos en el error de desarrollar nuestra individualidad, lo que a cada uno de nosotros nos corresponde sanar y así estar alineados con el Plan Divino: la liberación del Hombre o en otras palabras el Despertar de la Consciencia.
Lo racional es apenas un granito de arena .. Cuando logramos trascender esto nuestro ser recuerda su inmensidad .. y comprende que vive simultáneamente y secuencialmente a la vez .. Gracias 🙂
Fe de Erratas. En el fragmento de:
“No debemos olvidar sin embargo (…)” en donde dice: posteriormente que: “(…)caemos en el error de desarrollar” debe ir la palabra NO. Quedando asi:
(…) “caemos en el error de NO desarrollar nuestra individualidad”